Dijo Sigmund Freud que el amor es la sobrevaloración del objeto erótico. Ese conjunto de reacciones químicas y descargas neuronales que llamamos amor puede producir notables dosis de felicidad o conducirnos más pronto o más tarde a la catástrofe. El amor circula con el sexo, aunque siempre hay excepciones, o amores particulares, o gente simplemente original. En la otra orilla, el sexo sin amor no tiene buena imagen, aunque resulte menos tortuoso que el amor con sexo, y se resuelve sin sus nocivos efectos colaterales: el ansia de posesión, los celos, el engaño, la venganza... Atributos de la pasión amorosa que han generado obras maestras de la literatura. O el descuartizamiento de la pareja y el posterior envasado al vacío de las partes.

Proust no habría escrito su novelón sin los celos que Albertine provoca en el narrador de la obra. Como otros personajes femeninos de la "recherche", la joven era en realidad un caballero, probablemente su chófer, Alfred Agostinelli, un macho que pasará a la posteridad inmortalizado en un cuerpo de mujer, qué cosas. Nuestra vida es un calendario marcado por las efemérides del deseo. Y la gran historia es a menudo explicable por la libido devastadora de sus protagonistas. Por culpa de la bella Helena ardió Troya. Rodolfo de Habsburgo, primogénito de Sissi, cambió probablemente el destino de su imperio al suicidarse con María Vetsera. Y la bragueta inglesa de Enrique VIII provocó la ruptura definitiva con el papado romano.

El sexo es un mecanismo de poder que lo mismo produce una baronesa Thyssen, tan admirable por otra parte, que hunde la carrera política del Strauss-Kahn de turno. El caso de la camarera y el banquero parece expresamente fabricado para la pluma neoyorquina de Tom Wolfe, que acaba de cumplir los ochenta, y será la sensación mediática de los próximos meses. Sexo y poder es una fórmula infalible, Hollywood se frota las manos, sobre todo cuando el afectado es un socialdemócrata millonario y glamuroso que habría podido destronar a Sarkozy. Carecería de interés comercial si en lugar de Strauss-Kahn hubiera sido José María Aznar, o el señor Bush, el presunto asaltante. Entonces nos daría repelús, los habríamos puesto a parir sin miramientos y sanseacabó.

Siendo el sexo y el amor materias tan importantes en nuestras vidas, motivo de placer o causante de las mayores desdichas, también deberían de ser materia de estudio en los centros de enseñanza, una asignatura más. Hay muchas formas de practicar el sexo, pero todas requieren el respeto a los demás, que es la norma suprema. Cómo vivir un amor sin morir de agotamiento, o cómo disfrutarlo y defenderse de sus abismos. Y estudiar por ejemplo los pros y los contras de la promiscuidad, las formas del placer, la metodología del "cruising" o del "dogging", la manera de cultivar las fantasías sin colisionar con el Código Penal. Y por supuesto dedicarle unas clases a la duquesa de Alba.

Hace un par de meses, expertos grancanarios afirmaban que la práctica sexual es muy aconsejable para evitar problemas cardiovasculares. No digo que la Seguridad Social asuma la obligación de proporcionar orgasmos a quien no los tenga a mano. Pero si la ciencia corrobora que el sexo es importante para la salud, el asunto debería de merecer más atención por parte de los poderes públicos. El sexo es política, dijo Gore Vidal en un programa de televisión de los setenta, escandalizando a la audiencia de la época. Pero no se debate sobre la sexualidad en el Parlamento, ni se menciona en los programas electorales, más allá de los asuntos acerca de la no discriminación. Ignoro si las encuestas del Gobierno miden el grado de satisfacción sexual de la ciudadanía, como se hace por ejemplo con el grado de confianza de los consumidores. No estaría nada mal debatir anualmente acerca del estado sexual de la nación. La salud del cuerpo y el optimismo del espíritu están en juego. Y desde luego sería muy útil saber en qué comunidades autónomas resulta más fácil echar un quiqui, le robo la expresión a Cristina Tárrega, lo cuál podría provocar una sana competencia, mucho más estimulante que los tediosos rifirrafes nacionalistas de ahora.