Primero fueron los hippies, luego los yuppies, después los pijos y últimamente los emos, los raperos y las numerosas modalidades de góticos; aunque el catálogo de tribus urbanas sea, en realidad, inabarcable. Ahora ha crecido aún más con el regreso de los BoBos, que debutaron como especie sociológica allá por el año 2000 y una década más tarde acaban de contribuir notablemente a que triunfe el modernísimo café exprés de Nestlé. Lo más de lo más consiste en ser BoBo, dicho sea sin señalar a nadie.

Un BoBo no es necesariamente lo que parece. El epíteto tiene connotaciones negativas aquí en España, donde el líder de la oposición no dudó en agraviar al presidente Zapatero con el título de "bobo solemne"; pero no ocurre lo mismo en Estados Unidos, que es lo que de verdad importa. Allá en el rancho grande de donde nos llegan todas las modas, la condición de BoBo es un mérito y un motivo de envidia para las clases menos favorecidas de la población.

El concepto ideado por el columnista David Brooks, es una contracción de los términos "bourgeois" y "bohemian" –BO–BO– que, al amalgamarse, darían origen a un nuevo y un tanto contradictorio género social de "burgueses bohemios". Los miembros de tan selecta cofradía unen, según parece, el amor anárquico a la libertad propio de los bohemios con el conservadurismo de las gentes de orden. En España se les conoce por el apelativo algo desdeñoso de "pijo-progres"; pero es que a nadie le gusta que le llamen BoBo aunque sea con dos bes mayúsculas.

¿Qué hace falta para ser un BoBo como está mandado? No mucho, aunque no esté al alcance de todos ni aun de la mayoría. Basta con defender ideas liberales y/o progresistas, apoyar el comercio justo y practicar el refinamiento en las compras, que han de ser necesariamente exóticas y de alto precio. Amar a los pobres pero no caer ni por un momento en la tentación de confundirse con ellos. Todo ello exige, lógicamente, ser rico y –de preferencia– vivir en los Estados Unidos: si bien a este efecto vale también residir en España o cualquier otra provincia.

Si en tiempos del ya rancio Marx eran los medios de producción y su propiedad los que definían las clases sociales, en la actual era de la información son más bien las formas de consumo las que identifican a las nuevas clases altas representadas por los BoBos. Cada uno es lo que compra. "Puede que comprar no sea la actividad más intelectual del mundo", admite el doctrinario Brooks, "pero es una de las más reveladoras desde el punto de vista cultural". Esa es la razón por la que, a su juicio, los BoBos buscan la realización de sus ideales en la tienda de parecido modo a cómo los antiguos revolucionarios trataban de cambiar el mundo mediante las ideas.

Se diría que los BoBos han logrado hacer compatibles las dos cosas. Ahora son ellos los nuevos burgueses, pero a la vez tienen una veta bohemia que les permite introducir un punto de rebeldía –sin excesos– en los tradicionales hábitos de las clases dirigentes. Así se explica, según Brooks, que las grandes compañías multinacionales inciten a sus clientes a la rebelión con eslóganes tan insurgentes como el: "A veces hay que romper las normas" utilizado por Burger King. O que la firma de ordenadores Apple se proclamase en su día como la de "los rebeldes", "los locos" y "los inadaptados" con el benemérito propósito de hacer caja e insurrección a un tiempo.

Infelizmente, el gusto por las tiendas con treinta tipos de panes, las vinotecas de caldos exquisitos, las delicatesen y los productos exclusivos exige un poder de compra que no está al alcance de según qué clases. Quiere decirse que no cualquiera puede ser BoBo, por mucho que en España consideremos agravioso el término. Aquí usamos otros como gauche divine o izquierda caviar para aludir a los bohemios que viven como burgueses y viceversa. Gente que no tiene un pelo de tonta, aunque les llamen BoBos.