Si hemos de creer las explicaciones oficiales, España está participando en una operación militar, bajo amparo de la ONU, que tiene como objetivo principal proteger a la población civil de Libia del poder despótico del coronel Gadafi, un sátrapa que no respeta los derechos humanos. En la teoría, el propósito parece bueno y loable, pero en la práctica es de difícil aplicación porque establecer una zona de exclusión aérea para impedir la superioridad de la aviación gubernamental supone bombardear objetivos en tierra y no parece claro que esa intervención no acabe por causar víctimas entre los mismos que queremos proteger. Al objeto de tranquilizar la conciencia del público que paga con sus impuestos estos juegos de guerra, han salido en televisión expertos militares para garantizarnos que tal posibilidad es remota ya que las bombas empleadas son "inteligentes" y saben buscar ellas solas los objetivos adecuados. Este discurso ("escudos humanos", "bombas inteligentes", "daños colaterales", etc.) ya lo hemos oído otras veces con ocasión de intervenciones, igualmente humanitarias, en Yugoslavia, Afganistán o Irak, y nos lo sabemos de memoria. Por supuesto, el propósito inicial de los países coaligados no es ocupar Libia ni invadir su territorio, como se hizo en Irak, pero no faltan expertos que señalan la imposibilidad de alcanzar los objetivos marcados sin bajar a tierra en algún momento. Además, existe el problema añadido de que el despliegue de fuerza es muy costoso, y si la operación se retrasa en el tiempo podríamos poner en dificultades nuestra recuperación económica. La OTAN, la Liga Árabe y la Unión Africana están divididas al respecto y países tan importantes como Rusia, China, Alemania o Brasil (Lula rehusó asistir a la cena oficial con Obama) no están de acuerdo con la forma en que se está aplicando la resolución de la ONU. En esas circunstancias, solo cabe esperar que una de esas bombas inteligentes, un agente nativo pagado, o una revuelta popular, acabe con el tirano rápidamente y nos ahorremos caer en una situación pantanosa. ¿Qué diríamos si al cabo de un mes Gadafi sigue vivo y profiriendo bravuconadas desde alguna de sus jaimas? Lo que ocurre en realidad es que estamos participando en una guerra civil entre el bando del coronel Gadafi, que tiene su base en Trípoli, y los llamados "rebeldes", que tienen su centro de operaciones en Bengasi; es decir, entre los habitantes de las comarcas denominadas Tripolitania y Cirenaica antes de la delimitación (colonial por supuesto) del actual estado libio. Por motivos todavía sin aclarar, y aprovechando la marea democratizadora en algunos países árabes, se produjo allí un levantamiento armado contra el régimen de Gadafi. La zona más rica en petróleo quedó en manos de los llamados "rebeldes" y el presidente de Francia se apresuró a reconocerlos como único gobierno legítimo. La caída de Gadafi parecía inminente, pero se recuperó y pasó al contraataque, hasta que llegó la intervención militar que todos conocemos. Hablar solamente de impulsos humanitarios para justificar esta acción parece algo hipócrita, sobre todo si tenemos en cuenta que en Egipto y en Túnez, antes de la caída de sus dictaduras, también se disparó contra la población civil sin que nadie interviniese (por cierto, Sarkozy ofreció ayuda policial a Ben Alí). Y algo parecido está ocurriendo en Yemen, Bahréin, Siria, Arabia y Costa de Marfil. Por no hablar del Sáhara Occidental, el territorio que entregamos a Marruecos. Lo que sí parece seguro es que esperamos hacer mejores negocios con los sucesores de Gadafi.