Inesperadamente belicoso pese a su tierno apodo de Bambi, el presidente del Gobierno que retiró las tropas españolas de Irak se dispone ahora a mandar sus barcos, aviones y demás ferretería de combate contra la Libia de Gadafi. Despojada al fin de complejos, España entrará en guerra contra el sarraceno; aunque mucho es de temer que se trate más bien de la guerra de Gila.

Este Gadafi al que ahora le vamos a dar en toda la cresta con nuestros cazabombarderos es el mismo con el que Zapatero se retrataba sonriente y cogido de la mano en Trípoli a finales de junio del pasado año. El entonces respetable líder de la Revolución Verde recibió al presidente en su tienda rodeada de camellos para charlar sobre las relaciones económicas y comerciales de los dos países, entre las que acaso se incluyese la venta de armas españolas al régimen de Gadafi. Nada más natural, si se tiene en cuenta que, sólo en aquel primer semestre de 2010, España abasteció a Libia de armamento por valor de casi siete millones de euros. Una cifra más bien módica si se compara con los 1.500 millones de euros en "material de Defensa" que el Gobierno de Zapatero habría acordado vender a Gadafi durante la visita que el caudillo libio hizo a Madrid en diciembre de 2007.

Por fortuna, esas armas no serán utilizadas ahora contra los aviones y barcos que el presidente español va a mandar a Libia en misión de guerra. Gadafi, como en su día hizo Sadam Husein al ver que se le venía encima el Séptimo de Caballería, ha decretado un rápido alto el fuego en la batalla contra sus enemigos interiores. Pero ni por esas. Usando una frase similar a la de Bush cuando Husein aseguraba no disponer de las armas de destrucción masiva alegadas –falsamente– por el presidente de Estados Unidos, Zapatero ha dicho ahora que Gadafi "no nos engañará". Quiere decirse que, con o sin tregua, nadie va a librar al ahora dictador y antes amigo de un ataque en el que España marchará en primera línea de fuego.

Asombra un tanto que un pacifista amante de la Tierra y del viento como el presidente español se apunte con tamaña presteza a un bombardeo, pero ya decía Pedro Navaja que la vida te da sorpresas. No hay por qué escandalizarse. Todo el mundo –incluyendo a los gobernantes– está en su derecho a cambiar de opinión y decir digo donde antes dijo Diego. A condición, claro está, de que uno disponga de los medios necesarios para hacer hoy lo que ayer dijo que jamás haría.

No parece ser éste el caso de Zapatero. El súbito ardor guerrero que Libia ha despertado en el Gobierno español tropieza, infelizmente, con las dificultades mecánicas habituales en el país de Pepe Gotera y Otilio. Sucede, por ejemplo, que el portaaviones "Príncipe de Asturias" –buque insignia de la Armada– se encuentra inoperativo a causa de las restricciones presupuestarias impuestas a Defensa por el presidente cuando Zapatero ejercía de pacifista y tío enrollado. Obligadamente aplazadas las reparaciones de los desperfectos en el radar y otras partes de su armazón, la nave no es apta para el combate y necesitaría cuando menos una semana para hacerse a la mar, según los cálculos de los militares. No es, por fortuna, el caso del submarino "Mistral" que el Gobierno ha decidido enviar también a la zona de conflicto tras la subsanación de las deficiencias que hace apenas dos años obstaculizaban su inmersión bajo el agua.

Aun a pesar de esas enojosas dificultades, España dispone de cazas y otras máquinas de guerra en bastante número para cumplir los deseos bélicos del presidente en Libia; pero no es lo mismo –claro está– que exhibir ante los aliados un vistoso portaaviones. Tanto da. En la peor de las hipótesis, siempre le quedará a Zapatero el recurso a la guerra telefónica de Gila. Ring, ring: "¿Está el enemigo?" "Que se ponga". "Oye tú, Gadafi: a ver si paras de una vez". Malo será que no se rinda de inmediato.

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