Cuando murió Didí, aquel fino centrocampista brasileño de finales de los cincuenta, su familia contaba que en sus últimos años de vida una de las cosas que más ilusión le hacían era la postal navideña que cada mes de diciembre le enviaba el Real Madrid. Aquella tarjeta, con el escudo cubierto de nieve y la firma a mano del presidente de turno, era como un pequeño tesoro para él que mostraba a las visitas con orgullo y que le recordaba su grandeza como futbolista. Para él la Navidad sólo empezaba cuando el cartero llamaba a la puerta para entregarle la felicitación y volvía a comprobar que el Madrid no le había olvidado.

Cuesta creer que el equipo que durante décadas se obsesionó por transmitir esa imagen tan blanca y políticamente correcta sea el mismo que ha convertido en portavoz único a un entrenador que parece un pandillero buscando pelea a todas horas y que, en su tarea de combatir al enemigo, es capaz de diseñar una esquizofrénica campaña que tiene por objeto que el mundo crea que Messi, Xavi e Iniesta son tan buenos porque van de pastillas hasta las cejas.

Hace tiempo que al Real Madrid parece molestarle el fútbol. Pelear con este Barcelona irrepetible, discutirle títulos como está en condiciones de hacer, debería ser un motivo de orgullo, una razón para sentirse más fuerte, una bandera que enarbolar. Pero en vez de centrar todos sus esfuerzos en esta misión ha decidido apartar la vista del campo y dedicar todas sus energías en convencer al mundo que son unos perseguidos contra los que los estamentos deportivos han lanzado una especie de fatwa. Hasta hace poco todo parecía una paranoia del demagógico entrenador que ha convertido cada aparición pública en un circo de tres pistas. Sin embargo, este fin de semana Mourinho recibió la esperada bendición presidencial. Florentino le entregó ante un grupo de peñistas el salvoconducto para seguir adelante con la teoría de la conspiración. Para tratar de darle un mínimo de coherencia argumentó que denunciar las injusticias también forma parte del señorío del Real Madrid. De golpe al presidente, el mismo que situó a Di Stéfano a su lado en las asambleas para sentirse bendecido por la inmortal historia del club, le parece bien acusar a otros equipos de dejarse perder, denunciar las alineaciones de otros compañeros de banquillo, protestar por los arbitrajes, por los horarios, puentear a su propio director general, quejarse de la estructura del club, reclamar que al técnico del equipo rival se le deje de tratar bien, llamar hipócritas a los que no comparten su opinión o amenazar con tirar un campeonato. Todo eso es el señorío en el nuevo régimen que Mourinho ha instaurado en el Real Madrid y que Florentino ha consagrado entre ardorosos aplausos.

El último episodio es sin duda el más denigrante. Con el apoyo de sus terminales mediáticas el Real Madrid acaba de denunciar el poco control contra el dopaje que hay en el fútbol español. Resulta una operación grosera por cómo se ha articulado durante los últimos días. Un medio publica un serial durante la semana sobre los escasos análisis que se hacen en una temporada y sus evidentes deficiencias en comparación con lo que sucede en diferentes lugares. De postre otro periodista hace pública la intención del Real Madrid de presentar una queja formal y se desliza de forma sibilina que en el entorno del Barcelona y del Valencia se mueven médicos de dudosa reputación. Todo se llena de inmediato de mierda. El Barcelona se dopa. Esa es la conclusión que se saca de inmediato. El Real Madrid no ha abierto la boca, nadie ha dicho nada delante de un micrófono, pero el objetivo está conseguido. El debate vuelve a alejarse de los terrenos de juego y el país entero se enzarza en la discusión diseñada por los excelentes estrategas.

El Madrid podrá negar lo que quiera, pero las casualidades no existen. Un grupo de medios y periodistas próximos al club no coinciden en hablar de dopaje esta semana porque vieron el mismo documental en La 2. Es evidente que alguien ha orientado la información con un objetivo claro: añadir más sombras sobre un Barcelona que futbolísticamente es inabordable ahora mismo.

El Real Madrid, al que da la impresión de que ha dejado de preocuparle lo que piensen de él, sigue imparable con su proceso de "mourinhización" y tras escuchar a Florentino parece evidente que el proceso no se detendrá. El técnico ha fagocitado a importantes cargos del club, él se ha puesto al volante de la sociedad y Florentino, en vez de tirarse del coche en marcha como hizo Valdano y dejar que se estampe él solo cuando lleguen las curvas duras de la temporada, se ha puesto un casco y le ha pedido que acelere. Y el otro, feliz, dando gas. Solo queda confiar que al menos este año no se olviden de enviar las postales de Navidad. Bueno, si Mou les deja.