Un tipo que estaba muy delgado y decía sentirse muy solo, me contó de madrugada en un garito que su idea era coger diez o doce kilos para sentirse acompañado. El sabía que el de la soledad era un problema que no se combatía subido en una báscula, pero su extrema delgadez le hacía sentirse más solo de lo que realmente estaba, hasta el punto de que, según él, a su cara incluso le veía grande el espejo retrovisor del coche. Yo para que no se sintiese raro le conté que de niño era también un muchacho alto y muy delgado que tardaba demasiado en volver a casa cuando soplaba viento de cara. Recuerdo que Carlos Herrera rió muy serio cuando le conté que en una ocasión salí de casa con mi madre, en un descuido me solté de su mano y por culpa del viento al cabo de un rato me encontré dándole la mano a una señora de la que no sabía nada. El tipo del garito se sintió algo aliviado cuando le conté que la única foto de mi infancia en la que mi cara tan delgada se veía bien fue una que me hicieron cuando estaba tan hinchado por las malditas paperas que incluso me parecía a Bob Hope.

Hay personas que son solitarias y para no parecerlo dicen que en realidad son independientes, que es lo mismo que cuando un mendigo para que no lo consideren un indigente presume de ser un bohemio. Se da también el caso de personas que se relacionan con facilidad y sin embargo a veces son tan reservadas que resultan en cierto modo herméticas. Yo no sabría muy bien cómo clasificarme. Me gusta la soledad y al mismo tiempo soy propenso a relacionarme. La verdad es que mi vida social ha palidecido mucho respecto de cómo era antes y me resisto a reunirme con más de tres personas porque sé que en grupos más numerosos es inevitable la presencia del tipo que cuenta por enésima vez el dichoso chiste sexual del elefante y la hormiga. Al tipo del garito le confesé aquella madrugada que a lo único que le encuentro sentido que ocurra en grupo es a las epidemias y a las guerras. Sobre todo, me gusta el hacinamiento social con motivo de las guerras. Se trata de que en un conflicto a gran escala el pánico pone a la gente en desbandada, destruye las organizaciones sociales y los lazos vecinales, la gente va y viene sin rumbo, y en medio del general desbarajuste, y al haber ardido el registro civil, uno puede cambiar de familia sin remordimientos de conciencia. Yo sé que no está bien decirlo, pero siendo aun un niño me producía cierto regusto emocional la idea de dar con mis huesos en un hospicio y que luego se hiciese cargo de mí en otro idioma una familia de paso entre Albania y Luxemburgo. Siempre he encontrado aburridos el equilibrio emocional y la estabilidad social. De hecho, a las doce años recuerdo haber empezado un diario personal que estrené con una anotación sobre la idea decepcionante de que las normas me impidiesen tener unos padres distintos cada poco tiempo. La verdad es que yo era un niño pensativo y solitario que leía mucho, pensaba demasiado y estaba seguro de que para ser escritor lo mejor sería procurarme algún sufrimiento; unos buenos sabañones en las manos, sin ir más lejos, o una carga autobiográfica que fuese al menos tan pesada como el gabán de don Benito Pérez Galdós. En la calle jugaba solo muy a menudo. Sentía envidia de los muchachos atrevidos y fue en ellos en quien me inspiré años más tarde para entender que si uno no tiene grandes conflictos emocionales que le estimulen a ser creativo, lo mejor será que consiga tener alguna cicatriz. Un costurón no garantiza el éxito literario pero genera expectación, igual que aquellos chiquillos de la calle atraían a las niñas no porque fuesen inteligentes y razonables, sino porque en vez de tener en la cabeza una idea, como tenía yo, lo que tenían era una pedrada. Entonces no me daba mucha cuenta de eso, pero ahora sé que los tipos solitarios que combatieron en la guerra no son admirados si regresan vencidos, pero al menos son compadecidos si vuelven lisiados.

En definitiva, me gusta la soledad y la cultivo. Y si no comprendo muy bien que alguien se esfuerce tanto en hacer amigos, es por lo difícil que resulta luego perderlos.

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