Sostiene Felipe González que, con respecto a la reelección, "a Zapatero cada vez le queda menos tiempo para decir que no". Sin ánimo de corregir al siempre perspicaz consejero de Gas Natural –para sus entusiastas ha de ser duro verlo emparejado en ambiciones con Aznar–, al presidente cada vez le queda menos tiempo para decir que sí. Zapatero no decide su futuro, en un doble sentido. Porque no se pronuncia, y porque está a punto de perder la libertad de maniobra para anunciar que desea continuar. A fuerza de espolear la ambigüedad, carece de autonomía para aspirar a un tercer mandato. Los mercados de la opinión pública han descartado su candidatura, y un revés a tan instalada convicción provocaría sacudidas que descompensarían al PSOE. El secretario general sería abiertamente cuestionado por vez primera.

Ante la crisis económica, Zapatero no ha abierto las ventanas sino que ha derribado las paredes, un comportamiento radical que marcará las próximas elecciones. Simultáneamente, se muestra timorato sobre su continuidad, tal vez porque aquí decide su esposa según él mismo ha insinuado. Entretanto, viraba la percepción ciudadana sobre su inevitabilidad. Las bajísimas puntuaciones que recibe en todos los sondeos van más allá de calificar su gestión, y le invitan a acelerar la partida. El propio González no desea que su sucesor repita, y hay que alabarle la sutileza para expresarlo en clave.

Los votantes socialistas aplican a Zapatero el mismo argumento que el presidente esgrimió para descabalgar a Tomás Gómez, los sondeos han hablado. En la Comunidad de Madrid, las encuestas definían al mejor candidato. Pronto se publicará alguna en la que Rubalcaba doblará en aprecio a su teórico número uno. El vicepresidente vuelve a ser el redentor del líder socialista. Lo encumbró con su aparición de medianoche en vísperas de su primera elección y ahora, como sucesor ungido, también enmascara su descrédito en las urnas. Sin embargo, cabe recordar que fue Zapatero quien otorgó a su presunto sucesor el trampolín de la vicepresidencia. En una situación paralela, Aznar optó por digitar al Rajoy de la década perdida, en quien todavía hoy no confían los electores del PP.

Con el planeta en ebullición, sorprende la fe en que Zapatero controla su futuro a espaldas de sus conciudadanos. Se festeja el peso de la opinión pública espontáneamente congregada en Túnez o El Cairo, y a continuación se muestra una reverencia teocrática hacia un presidente del Gobierno renovable por su carácter democrático. Hace un año, ningún alto cargo del PSOE mejoraba las expectativas de su secretario general. Hoy se baraja un hipotético vuelco con Rubalcaba. Sin embargo, los sucesivos comicios van a ser sentenciados exclusivamente por la crisis económica, el huracán que ya abofeteó al mismísimo Obama. Pese a la debilidad intrínseca de Rajoy, cuesta imaginar los resortes del vicepresidente para neutralizar el desgaste de su pertenencia al Gobierno que ha pilotado el desastre. Demasiado expuesto, su afamada hiperactividad no lo coloca a salvo de verse adelantado por un tercero o tercera en discordia.

En contra de la urgencia de González, el principal riesgo de un anuncio prematuro de la jubilación de Zapatero reside en la volubilidad social. Desde el instante mismo de la confirmación del adiós, se dispararía la nostalgia del líder caído. No puede descartarse una remontada, que obligara a sopesar su recuperación para las elecciones. De ahí que la derecha preventiva difunda el mensaje de que la candidatura inaceptable no corresponde al presidente sino a su presunto sucesor, bloqueando las salidas al PSOE. El PP insiste en que derrotará a cualquier candidato, pero a menudo parece pretender que no haya ninguno.

Otro mensaje de la ciudadanía sondeada –las encuestas reemplazan a las desapacibles manifestaciones en las ágoras urbanas– se refleja en el curioso empate entre las pésimas puntuaciones personales de Rajoy y Zapatero. Por muy coriácea que sea la protección de un gobernante, en algún momento de intimidad ha de preguntarse por las razones de una desafección tan acusada, y que se comparte además con el antagonista. El rechazo casi unánime al tercer enfrentamiento entre ambos obliga a recordar que el presidente del PP no es candidato por designación, sino por resignación. En una de sus entrevistas recientes, Rajoy se comprometía a mantener las ayudas económicas a los parados de larga duración, porque "no puedo estar de acuerdo con dejar a nadie morir de hambre". Un gobernante que cree decidir sobre la vida y muerte de sus ciudadanos ya no tiene futuro ni en Egipto o Yemen.