Asediado por las encuestas, la crisis y las crecientes exigencias de Ángela Merkel, el presidente Zapatero teme acabar cargando también con la culpa del huracán "Katrina" que hace cinco años asoló varios estados de Norteamérica. Así acaba de reprochárselo a Rajoy, opositor en lista de espera para ocupar su actual empleo en La Moncloa.

No consta que la CIA haya incluido al jefe del Gobierno español en la lista de sospechosos de aquella catástrofe; pero bien hace Zapatero en adelantarse a las insinuaciones de la oposición. Una cosa es ser tachado de despilfarrador, frívolo, optimista o bocazas; y otra bien distinta que lo reputen a uno de gafe. O peor aún, de nubeiro.

Los nubeiros son, como el agudo lector bien sabe, unos trasgos voladores que andan enredando entre las nubes y gozan del mágico don de desatar las tormentas a su placer. Se trata de una especie de diablos subalternos que, a pesar de su poca jerarquía, pueden provocar lluvias, pedriscos, ciclones y otros desarreglos en la atmósfera. A menudo lo hacen sin siquiera proponérselo, ya que está en su naturaleza.

No hará falta decir que la condición de nubeiro, ya de por sí inquietante, se agrava en el caso de que el afectado ocupe un puesto de relevancia en el gobierno o en cualquier otro órgano de poder. Tal circunstancia, cuando se da, tiende a aumentar notablemente las habituales capacidades de cualquier político para sembrar el caos y la ruina allá por donde pase. Dicho sea sin señalar a nadie en particular, como es lógico.

Esa es probablemente la razón por la que en los países latinos se tiende a atribuir al gobierno la culpa de casi todo y, muy particularmente, de los males que caen del cielo en forma de lluvia o de galerna. En Italia, por ejemplo, tal creencia ha dado origen a la célebre frase: "Piove, Governo ladro!" –es decir: "Llueve: ¡Gobierno ladrón!"–, que el pueblo corea en cuanto caen cuatro gotas desde mucho antes que Berlusconi le diera razones para hacerlo. Gente latina y aún más anárquica que nosotros, los italianos suelen llevar al extremo la desconfianza en las instituciones cuando atribuyen al gobierno la culpa de la lluvia, de la sequía, del granizo y hasta del fichaje de Mourinho por el Real Madrid. Pero no son los únicos.

Aquí en Galicia, sin ir más lejos, la oposición integrada por socialdemócratas y nacionalistas no dudó en presentar años atrás una moción de censura contra Don Manuel I, monarca al que se imputaba la culpa de un temporal que derivó en inundaciones y daños de grave cuantía. No acusaron a Fraga de que lloviese, cierto es; pero sí de su falta de previsión frente a la llegada de una tempestad que dejó lleno de goteras a este ya de por sí húmedo reino.

Aquel fue probablemente el primer intento de derribar a un gobierno por razones de orden meteorológico: y no hay motivo alguno para pensar que vaya a ser el último. De ahí que estén muy fundadas las aprensiones de Zapatero cuando aventura la posibilidad de que sus adversarios conservadores, tenaces como el granizo, acaben por achacarle hasta los daños del huracán "Katrina" o cualquier otro que nos pille más cerca.

A estas alturas, el primer ministro –que fue opositor antes que gobernante– debiera saber ya que cualquier gobierno tiene por principio la culpa de todo: y que el deber de sus contrincantes es desenmascararlo, poner en evidencia las tretas con las que camela al pueblo y ganarse así el voto y el derecho a gobernar con sus propios engaños a la ciudadanía.

En justa represalia, los gobiernos suelen atribuir todo lo que les sale mal a la situación económica del mundo, a la pertinaz sequía, a los mercados o a la iniquidad de las potencias extranjeras que envidian nuestro alegre carácter. Bien lo sabe Zapatero, al que ahora quieren hacer responsable de los huracanes en Norteamérica. Como si no bastasen los que por aquí desatan los nubeiros.

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