No sé qué admirar más de las autoridades estadounidenses, si su sentido de la justicia o su tendencia al ahorro. El caso mejor que pone en conflicto --o tal vez en armonía-- ambas virtudes es el de las hermanas Scott, condenadas a 16 años de cárcel --16, fíjense-- por robar once dólares --once, no lo olviden-- y libres a la postre tras la promesa de una de ellas de donar una víscera a la otra. Las razones del perdón otorgado por el gobernador de Misisipi no se fundamentan en que el equilibro entre delito y pena pueda rechinar, a juicio de las mentes liberales, ni tampoco en que el caballero en cuestión sea compasivo. Se trata de que, gracias al riñón que recibirá la hermana enferma de la sana, el Estado va a ahorrarse un pastón en diálisis.

Pero digo yo que el ahorro podría considerarse un mal negocio. Como se sabe, el sentido profundo de las penas ligadas a los delitos es el de desanimar a los criminales futuros haciéndoles ver que el mal no compensa. Once dólares es, más o menos, lo que cuesta un menú en una fonda de esas en las que el ministro de Industria se toma los cafés para comparar luego su precio con el de la subida de la luz. Y, ya se sabe, quien roba un huevo puede robar un buey, que dicen los franceses. Es una verdadera lástima que el castigo de robar más de diez dólares no sea la pena de muerte porque, en ese caso, sobrarían las dudas. Agua pasada no mueve molino. Pero agua presente puede convertirse en diluvio; en ese cataclismo al que conduce comprobar cómo la moralina del Tea Party se va por los suelos sólo con la excusa de ahorrarse lo que vale una diálisis periódica a un reo.

El episodio nos sume, por tanto, en un verdadero suplicio ético: ¿no habría sido mejor mantener a las hermanas Scott encerradas, incluso de por vida, aunque el tratamiento médico fuese lo que se dice prohibitivo para una mente racional? Liberándolas, se corre el peligro de que millones de insensatos se pongan a robar no ya el almuerzo sino, dios nos ampare, incluso el diario para leérselo mientras comen. Es harto improbable que muchos de ellos decidan ponerse a estafar once billones, cantidad que, a la vista de lo que sabemos gracias a la crisis financiera, no lleva por necesidad a la cárcel y, por tanto, aleja el peligro de la atención médica a los reclusos.

Los republicanos dueños del Congreso de Washington se encuentran, pues, con un dilema: el arruinar las leyes deseadas por Obama para ofrecer cobertura sanitaria a los ciudadanos mantiene viva la tensión entre justicia y ahorro. Quizá lo mejor sería animar a todo el mundo al latrocinio moderado y luego a la donación familiar de órganos con el fin de aliviar las arcas del Estado. Cierto es que cincuenta o cien millones de casos como el de las hermanas Scott iban a producir algunos atascos judiciales y sanitarios pero los valores éticos están por encima de esas minucias. Sin olvidar que igual la operación del trasplante sale mal y asunto arreglado.