La hora del cambio ha llegado por fin a las universidades gallegas. Un cambio que pasa inexorablemente por establecer criterios de financiación basados en la eficiencia. Lo exige Europa y lo demanda el sentido común. Eso, o asumir que Galicia renuncia a una formación competitiva para conformarse con mantener costosísimas fábricas de parados.

Los rectores de las tres universidades gallegas y la Xunta alcanzaron la semana pasada un acuerdo básico sobre los criterios de financiación de la enseñanza superior. Es el llamado Plan de Financiación del Sistema Universitario de Galicia 2011-2015, sumamente complejo, como no puede ser de otra manera, y que en sus líneas generales marca un cambio drástico de orientación.

El año próximo las cosas seguirán más o menos como hasta ahora, pero a partir de 2012 la financiación comenzará a establecerse en función de nuevos criterios, fundamentalmente el de eficiencia. Ese primer año un 10% del presupuesto que la Xunta destine a la enseñanza universitaria se repartirá en base a ella, porcentaje que irá incrementándose hasta alcanzar el 30% en 2015. Llegado ese momento, se repartirán de acuerdo al baremo de eficiencia 135 millones de euros de los 390,3 millones que la Xunta asigna anualmente a la enseñanza superior. Al menos ése es el compromiso alcanzado por los rectores y el conselleiro de Educación.

La eficiencia de cada una de las tres universidades gallegas, y, en consecuencia, una parte importante del dinero que cada una de ellas recibirá de la Xunta se medirá en función de una veintena de indicadores ya acordados. Responden a criterios tales como el número de programas de doctorado con sello de excelencia, el de alumnos que terminan la carrera en los años estipulados, el de patentes concedidas o los ingresos por transferencia de servicios de investigación y asesoría, por citar sólo algunos de ellos. Establecidos los criterios, queda por definir tan sólo cuáles pesarán más en el reparto de los fondos y cómo se evaluará cada uno.

Con ser menor, la tarea pendiente provocará aún sobresaltos y tensiones entre las tres universidades, sin duda. Pero el paso más importante ya está dado: cambiar el paradigma histórico de financiación de las universidades gallegas, basado en anquilosados criterios de gastos, costes, alumnos, mantenimiento de sedes y demás, para apostar por otro en función de la calidad.

Si algo hay que reprochar a la Xunta y los rectores no es el paso dado, sin duda acertado, sino la falta de determinación para hacer la reforma más ambiciosa y llevar el porcentaje en función de la eficiencia más allá del 30%. Valencia, por ejemplo, lo ha fijado en un 71% en 2013. En cualquier caso, los tiempos de repartir en las universidades los fondos públicos en función del número de alumnos, las infraestructuras, las necesidades de profesorado o la antigüedad de los centros parecen por fortuna haber tocado a su fin.

A partir de ahora, las universidades deberán agarrarse al rendimiento, la eficiencia, la calidad y la excelencia si quieren subsistir en medio de un mundo globalizado y tremendamente competitivo. La captación de fondos externos, más allá de las transferencias de capital público, y las alianzas entre universidades de distintos países serán claves. De ahí la importancia de una buena imagen de marca en el exterior.

Legítimamente, puesto que la financia, la sociedad exige más y más a la universidad. Y está bien que así sea. Porque o funcionan como motor de crecimiento económico para un país, activando el mercado laboral y generando mano de obra altamente cualificada, o pierden su razón de ser. Y a día de hoy, casi casi la tienen perdida. El Plan Bolonia no ha dado los resultados esperados. El 42% de los licenciados gallegos no consiguen un empleo vinculado a la carrera que han estudiado, las universidades mantienen carreras duplicadas y hasta triplicadas y en Galicia siguen impartiéndose títulos a pesar de no alcanzar el mínimo exigido de 25 alumnos. O sea, un despilfarro y una burla a los estudiantes.

Las tres universidades gallegas afrontan el nuevo escenario financiero pactado con la Xunta desde realidades distintas y también con distinta disposición. Vigo parte con equilibrio financiero, por el buen trabajo realizado en los últimos años, y con magníficos resultados, por ejemplo, en el impacto de su investigación en el ámbito internacional. A Coruña también tiene sus cuentas saneadas y el mismo equilibrio financiero que Vigo. No obstante, sus resultados de impacto en investigación son menores. Santiago tiene deuda, mucha deuda acumulada a lo largo de los años. Posee, no obstante, un potencial tremendo, tanto en profesorado como en estructura y alumnado. Y tiene una imagen de marca que le abre las puertas por su prestigio y antigüedad. Santiago se lleva el 42,8% del presupuesto, mientras Vigo y A Coruña reciben el 29,7% y el 27,45%, respectivamente.

Frente a las más jóvenes, que apoyan el nuevo rumbo, especialmente Vigo, la universidad compostelana pide que se tengan en cuenta su historia y necesidades a la hora del reparto, como se venía haciendo hasta ahora. El patrimonio, de todo tipo, que atesora tanta historia debe tener una financiación que garantice su conservación, pero ése no puede ser el criterio para financiar una educación de excelencia. No es el que utilizan universidades como Oxford o Cambridge, que tienen también antigüedad y prestigio. Santiago deberá, así pues, buscar el mejor rendimiento, como todas. Tiene, además, una historia que le proporciona una privilegiada imagen de la que carecen las jóvenes universidades del Norte y el Sur. Eso y un personal magnífico que debiera conformar un potencial para arrasar.

Con ser muy importante, que lo es, el cambio en el sistema de financiación constituye tan sólo un medio para alcanzar el objetivo de la excelencia. Conseguirlo depende aún de muchos factores. Por ejemplo, de la determinación de la Xunta para llevar esta reforma hasta sus últimas consecuencias y en el menor tiempo posible. Entonces, una vez la universidad quede libre del estigma de la ineficiencia, habrá llegado el momento de exigirle también a la Xunta que de una vez por todas la dote de la financiación que se merece.