De modo que, a la vista de lo que ocurre con el tráfico aéreo en España, la perspectiva de que el conflicto prorrogue -y tenga aún peores consecuencias- y la práctica condición de rehenes de los controladores que tienen los clientes, no estaría de más retomar el asunto de la regulación de las huelgas. Y, más en concreto, del encaje de ese derecho con otros, que ya está bien de acordarse de Santa Bárbara sólo cuando truena aunquei las tormentas sean tan frecuentes en estos tiempos.

La cuestión no es menor y pata este país se agrava si se tiene en cuenta que el problema sucede en un año xacobeo, por más que viva ya su recta final. Y aunque está por cerrar el balance, que no cubrirá las expectativas de la Xunta -al menos en empleo: ahí están las cifras del INEM-, hay pocas dudas de que el conflicto perjudicó, como perjudicaron otros sucesos. Algunos sitúan entre ellos la ausencia del señor Zapatero, pero hay quien cree que, tal como está la imagen del presidente, mejor que no haya venido, e incluso que ya no venga.

La necesidad de una Ley de Huelga adecuada a estos tiempos se plantea, como queda dicho. cada vez que se radicaliza un conflicto o sse convoca un par de ellos de forma conjunta. Lo curioso es que aunque casi todos coinciden en la urgencia de una adecuación de las normas, nadie da un paso para llevarla a cabo. Y eso que hace falta en varios frentes, uno, para mejorar el ejercicio del derecho de huelga con cambios en los servicios mínimos y sus recursos; otro, para reforzar el de los ciudadanos a no ser siempre los grandes perjudicados.

A estas alturas hay al menos algo claro: no se puede seguir así. Es un disparate que se fijen servicios mínimos, se recurran y la decisión judicial se adopte cuando el conflicto ya terminó. Y no es tolerable que se anuncie públicamente que no se van a cumplir los establecidos por la autoridad democrática porque a los convocantes no les satisfacen Y, además y sobre todo, que esa postura no genere consecuencias.

El resultado es que este parece un país de opereta, por lo que no debe extrañar que resulte poco fiable para quien observe desde el exterior y tenga la sana costumbre democrática de cumplir y hacer cumplir las leyes y, si hace falta, adecuarlas a la realidad social. Aquí sucede al revés: hay leyes para casi todo, no se cumple casi ninguna y, aún así, no pasa nada. es más, hasta se llama controladores a los más descontrolados.

La pregunta clave es hasta cuándo va a durar esto, pero no hay respuesta. Ni por un millón.

¿No...?