Hay escritores que escriben para hacer caja, otros para ganar la gloria y otros, los mejores, para protestar contra la mezquindad de la vida con la belleza de la palabra, ese elemento mágico que acerca a los hombres y nos salva. Ana María Matute (Barcelona 1926) es una escritora que pertenece al último grupo. Sus novelas y cuentos muestran la insatisfacción de quien sufre por la pérdida de una Arcadia irrecuperable, por el cainismo y por el deseo de retornar a vivir una infancia que no volverá. Matute fue siempre una mujer valiente con la pluma: la soledad de la infancia, el desamparo de los débiles, la devastadora infuencia de la guerra y de la codicia aparecen ya como un referente en sus primeras obras. La literatura, como el wisky o el gintónic, es un salvavidas que le ha ayudado a pasar los años con dignidad.

Y, a pesar de ser una francotiradora, ajena a las modas, a los grupos y a los dictados que impone el márketing de la industria cultural, los premios y los reconocimientos importantes le han ido llegando poco a poco. El último, la reciente concesión del Premio Cervantes, ha iluminado su rostro soñador, siempre coronado por el fuego blanco y sagrado de su cabellera que brilla como un astro. Ana María Matute es la tercera mujer que recibe el premio, de un total de 34 ediciones, tras la filósofa María Zambrano y la poeta Dulce María Loynaz.

Su relación con la literatura le viene de antaño. Cuando sólo tenía 17 años firmó un contrato en la editorial Destino -la misma que lanzó a Carmen Laforet, a través del premio Nadal- con su director, Ignacio Agustí. E incluso antes, a los seis años, se había atrevido a escribir ya un cuento.

Por cierto, que el cuento -un subgénero poco amado por los escritores españoles- ha sido uno de los centros de interés de su obra. De hecho, gran amante de la literatura rusa, en especial de los cuentos de Chejov, ha publicado unas dos docenas de libros de cuentos. Y ha reunido sus relatos bajo el título La puerta de la luna (2010). Especial fortuna han tenido algunos de ellos, como Caballito loco (1962), en donde se mezclan de forma hechizante perversidad e inocencia, para acercarnos la realidad de forma muy sugestiva. En 1965 ganó el Premio Lazarillo de literatura infantil por El polizón de Ulises. Y casi veinte años después le concedieron el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Sólo un pie descalzo.

Esta mujer, de mirada entrañable, ojos húmedos e inteligentes, vivió su infancia entre libros, pues su padre, propietario de una fábrica de paraguas, leía mucho, y tanto ella como sus cuatro hermanos pedían libros por Reyes y cuando celebraban los cumpleaños. Su fantasía se alimentó con los cuentos de los hermanos Grimm y con los de Andersen, y con la literatura oral que su cocinera y sus familiares le transmitían. Una enfermedad de riñón, una estancia en un colegio religioso de Madrid, las lecturas de Dickens y Dostoievski, y el estallido de la guerra son, posiblemente, otros elementos que estuvieron en la placenta de sus hijos literarios.

El primero de esos hijos fue la novela Pequeño teatro, con la que ganaría el Premio Planeta en 1954, pero que ya había sido escrito 11 años antes. Con Los Abel quedó finalista del Nadal. Y su carrera se dispara durante las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado. Son años en los que se labra un puesto en la literatura española con obras narrativas como Fiesta al Noroeste (1953), Los hijos muertos (Premio de la Crítica en 1958, Premio Nacional de Literatura al año siguiente), Primera memoria (Premio Nadal 1959) o Los soldados lloran de noche (Premio Fastenrath de la Academia, un premio que en su día se le negó a Valle Inclán). Esta última forma parte de una trilogía que se cierra con La trampa, publicada por Destino en 1969, cinco años después que Los soldados lloran.

Como muchos escritores del franquismo, se encontró en su camino con la mordaza de la censura. Fue en 1955 cuando quiso publicar Luciérnagas, una novela que vería la luz revisada por la autora en plena democracia. Se trata de una obra que tiene por escenario su Barcelona natal, un escenario en el que un grupo de jóvenes, casi niños, viven despojados, por culpa de la guerra, de su anterior mundo infantil. En medio del hambre y de las bombas, golpeados por la barbarie, atenazados por el miedo, y rodeados de escombros y mendigos, los muchachos deben sobrevivir. Sólo el amor parece dar sentido a la vida y transmitir el verdadero sentido de la paz.

La infancia es uno de los ejes temáticos que más han desatado la pasión creativa de Ana María Matute. Muchos de los cuentos infantiles los dedicó al hijo que tuvo con el escritor Ramón Eugenio de Goicoechea, del que se separaría. La infancia y la juventud parecen haber interesado a la autora: "Tanta tecnología -opina- no supone una mejor educación para los niños. En la escuela les privan de conocer la Historia: si no saben ni quién fue Franco, todavía menos Felipe II".

En Fiesta al Noroeste, con la que ganó el premio Café Gijón de Novela en 1953, Ana María Matute, con un estilo sugerente y plástico, denso, a veces expresionista, a veces impresionista, trata el tema de la infancia -también el de la muerte y el de la huida-. La novela se abre con Dingo, un titiritero feliz, un día de Carnaval. La aparición de Artámila -escenario infausto de su niñez- provoca la reacción descontrolada del personaje que se lanza en su carro a tumba abierta y desencandena el atropello de un niño.. En Los hijos muertos, los niños viven rodeados de odio, sin juegos ni ensoñación. Matia, la protagonista de Primera memoria, es una adolescente sin madre, y con un padre exiliado, que se ve obligada a vivir con una abuela despótica y un primo malévolo en una isla. En La trampa, continuación de la anterior, un niño llamado Mario facilita involuntariamente la dirección de su padre a su peor enemigo y con ello propicia su muerte. Con el tiempo, Mario se convierte en el novio de Matia.

Estas novelas que se publicaron mayoritariamente en la década de los cincuenta y de los sesenta del siglo XX son de estilo realista. Pero Ana María Matute cambió con facilidad del cuento a la novela; y de la novela realista a una prosa en la que su poder fabulador, de una gran imaginación y lirismo narrativo, nos introduce con naturalidad en el mundo de las hadas, los dragones, los caballos alados, los unicornios, las princesas. Por eso no sorprende que uno de sus mayores éxitos haya sido Olvidado rey Gurú , que nos transporta a una maravillosa Edad Media llena de magia y ensueño. Esta es la obra preferida de la autora, la que la volvió a poner de actualidad en la literatura española, después de haber trabajado como profesora en varias universidades norteamericanas y de haber remontado un silencio abismal de 20 años.

Olvidado rey Gurú es parte de esa obra más fantástica de la escritora, igual que La torre vigía, Aranmanoth, o la muy reciente Paraíso inhabitado.

En los últimos tiempos, Ana María Matute, académica del sillón K, sigue cultivando su pasión lectora con autores de novela negra: Michael Connelly, Mankell, Assa Larsson.... Pero su pasión creativa seguro que va por otros derroteros. A pesar de su artrosis, no se jubila. Y nosotros, queremos recordarla así, abriendo las puertas de la imaginación, con "infantil asombro", con "una larga e inacabada pregunta", introduciéndonos en bosques misteriosos, siempre en la "edad de la ira", dispuesta a herir la conciencia de la sociedad.