Recientemente (28/10/2010), el ministro de Industria, Miguel Sebastián, recordó oportunamente, pero sin proponer medidas correctoras, que el déficit crónico del comercio exterior asentaba una de sus causas en la factura energética. Pero, y esto sí es interesante, también apuntó el ministro que España consume por output producido el 20% más que la media europea, y si se eliminase ese despilfarro –que hace que en algunas empresas los costes energéticos tripliquen los laborales– equivaldría a duplicar la capacidad de todas las centrales nucleares. Ahora bien, hablando de centrales nucleares, olvidó el ministro, Francia tiene el coste energético más bajo de Europa por euro exportado gracias a la generación de energía eléctrica a partir de la energía nuclear, el 75% de toda la energía eléctrica producida en el país. Este dato es importante porque, a pesar de las graves amenazas potenciales –fugas radiactivas, sobrecalentamiento de los reactores nucleares con riesgo de explosión, almacenamiento de residuos altamente contaminantes durante miles de años, diseminación con fines militares o terroristas, etc.– el aumento de la producción española de electricidad de origen nuclear parece difícilmente evitable.

Durante miles de años los humanos utilizamos diferentes tipos de energías renovables: madera, carbón vegetal, tracción animal, molinos de agua y viento, barcos de vela, etc. El dominio de las técnicas de extracción y procesamiento de combustibles fósiles facilitó un aumento impresionante de la riqueza producida, especialmente en Occidente. En dólares constantes de 1990, los especialistas en historia cuantitativa han calculado que el PIB mundial pasó de 370 millardos de dólares, en 1700, a 33.700 millardos en 1998: en trescientos años, el PIB se multiplicó por 100. Sin embargo, del año 1 al 1700, el PIB mundial solo se había multiplicado por 3. Ahora bien, el crecimiento económico y demográfico de los últimos cien años fue enormemente "energívoro" –valga el neologismo– hasta el extremo que nos estamos acercando al cenit en que la producción de petróleo comenzará inexorablemente a declinar –pico de Hubbert, que ya se constató en EE.UU en 1970– y la de gas la seguirá no muchos años después. Pero en lo que concierne al carbón, las reservas son aún muy abundantes. Desgraciadamente, el carbón, es bien sabido, es el combustible fósil que más dióxido de carbono emite. Con estos datos en mano ¿qué cabe esperar de las energías renovables? Entendiendo por energías renovables aquellas cuyas fuentes se presentan en la naturaleza de modo continuo y prácticamente inagotable, por ejemplo, la hidráulica, la solar y la eólica.

España es una potencia en energía fotovoltaica/solar, obtenida a partir de la radiación del Sol y utilizada para usos térmicos mediante dispositivos colectores o para generar electricidad con paneles fotovoltaicos. Un ejemplo que se cita en todo el mundo es el de Olmedilla de Alarcón (Cuenca, 821 metros de altitud) Mediante una inversión de 384 millones de euros, se ha instalado una huerta/parque solar de 130 hectáreas en las que han proliferado 270.000 placas fotovoltaicas/paneles solares. De momento es la más importante del mundo –entró en servicio en 2008– capaz de alimentar en energía a 40.000 hogares. Pero en este campo los records son efímeros.Tanto es así que, septiembre 2009, la empresa norteamericana First Solar, anunció que iba a construir en China una central fotovoltaica de una potencia de 2 GW (2 giga vatios, es decir, dos mil millones de vatios). Esta cifra corta el aliento toda vez que esa producción supera la de una central nuclear. Por si había alguna duda, ha quedado claro que las energías renovables han entrado en plena fase industrial y en algunos años contribuirán significativamente a la producción eléctrica mundial, en parte debido al aumento del precio del petróleo.

Respecto a la energía eólica –que quintuplica a la fotovoltaica en el mundo– el viento es una fuente primaria que produce energía cinética y es esa energía cinética –la que posee un cuerpo por razón de su movimiento– la que impulsa un rotor de palas que se utiliza para producir electricidad. Los molinos eólicos tienen un coste energético puesto que hay que construirlos, transportarlos, mantenerlos, desmontarlos, reciclarlos o destruirlos. Todo ello pasa una factura energética que según los análisis de ciclo de vida –así llamados "de la cuna a la tumba"– realizado a partir de aerogeneradores de 2 megavatios, se reembolsa en 8,5 meses de explotación por una duración de utilización de 20 años como mínimo. Por otra parte, como las horas de sol, las horas de viento aprovechable fluctúan y manifiestan notables intermitencias lo que impide garantizar una potencia determinada a cada instante. No obstante, algunos estudios consideran que la costa española entendida como un todo –con sus distintos regímenes de viento– tiene una esperanza de probabilidad del 90% de que siempre sople el viento en algún punto. Por tanto, si la producción eólica fuera off-shore, en la costa, la variabilidad e intermitencia eólica de la producción de electricidad de origen eólico se reduciría a escala nacional y sería menor si se conjuntan Portugal y España. Aun así, las instalaciones eólicas deben estar apoyadas por otros medios de producción eléctrica substitutiva.

La energía eólica y la solar se adaptan bien a países con una importante producción de energía eléctrica de origen fósil a la que habría que añadir la producción de energía nuclear para compensar las intermitencias eólicas y solares habida cuenta que, en principio, las energías alternativas tienden a substituir a las de origen fósil. Es lo que hay, no nos llamemos a engaño.