El Gobierno unipersonal de Zapatero ha dado paso a la bicefalia, donde Rubalcaba recibe –el matiz sobre la donación es importante, no hay conquista ni autoproclamación– el título de cónsul que ejercía de facto. Una primera corriente de analistas concluye que el presidente ha sido derribado de su pedestal, en el equivalente a un putsch interno. Es un disparate, por grande que sea la insistencia en menospreciar a Zapatero, el único político español que ha ganado todas las elecciones generales a las que se ha presentado. Atenuando las hipérboles, cabe hablar de un equilibrio en la cúspide, altamente inestable porque debe repartirse entre dos hombres acostumbrados a tener razón. Históricamente, las estructuras de este tipo saltan por los aires cuando uno de los cónsules liquida al otro. En el mejor de los casos, se eliminan mutuamente y crean un vacío de poder que succiona a la alternativa hacia la cumbre.

Una vez asumido el Gobierno compartido por dos números uno, hay que dilucidar el designio que ha guiado tan peculiar estructura. Para amortiguar la originalidad del diseño, se alegará que Rajoy también fue vicepresidente de Aznar antes de sucederlo. Sin embargo, la comparación entre Rubalcaba y el eterno líder de la oposición se derrumba por irrisoria. De hecho, el Überministro socialista ya trituró al actual presidente del PP, en el duelo a medianoche en vísperas del 14-M. Consolidado el duunvirato Zapatero/Rubalcaba, los analistas se bifurcan sobre su significado. El debate se centra en aclarar si el segundo ha sido ungido sucesor por el primero, o uncido al yugo para que ambos se salven o se hundan conjuntamente.

En un inciso, la distinción con reminiscencias bíblicas entre ungir y uncir se corresponde con el extravío mesiánico de Zapatero, una tendencia que comparte con los inquilinos previos de su palacio, y que sería fácil extender a todos los depositarios de un poder unipersonal. Los ministros son apóstoles, a quienes se envía a tierras de misión autonómicas, "id y predicad lo que habéis visto". No importa que estas cruzadas se salden con desastres estrepitosos, como el protagonizado por Trinidad Jiménez. Al presidente no se le ocurre que los miembros de su gabinete sean tóxicos –un error en el que ya incurrió Aznar–, y que empeoren incluso las perspectivas socialistas, según demostraron ampliamente los paracaidistas ministeriales que se estrellaron en las generales de 2008 en diversas circunscripciones provinciales.

Zapatero niega primero con pasión las crisis –económicas o gubernamentales–, y luego se apunta a ellas con el fervor del converso. Instaurada la nueva jerarquía, la corriente de interpretación mayoritaria, con visos de unanimidad, apunta a Rubalcaba como el sucesor de Zapatero, tanto si se acentúa la emergencia como si el presidente opta por no presentarse a una segunda reelección. Cuesta encontrarle virtudes a Aznar, pero su promesa cumplida de limitación de mandatos se ha propagado como un imperativo moral hacia sus sucesores. Frente al ministro ungido, este artículo apuesta en franca minoría por el ministro uncido, que ha ligado su suerte a quien debía suceder según las quinielas.

El abrazo del presidente al vicepresidente para compartir destino, neutralizando así la ventaja del segundo sobre el primero en el aprecio de la opinión pública, conduce a la evaluación más atrevida de lo ocurrido. Sin embargo, también es la única teoría que contempla a un Zapatero audaz y taimado, cualidades que jamás le atribuirán quienes lo han insertado en la vulgaridad. El presidente no se entrega a Rubalcaba, entrega a Rubalcaba a las fauces de un desastre económico que el planeta no sabe enderezar. La tierna hipótesis de que el supervicepresidente mejorará la explicación o relato de los logros socialistas, no solo es pueril, sino que agravia a los ciudadanos al tacharlos de ignorantes a quienes hay que silabear o endulzar la verdad, para que la capten con sus cortas entendederas.

La sujeción de Rubalcaba al yugo de Zapatero arranca de un presupuesto muy atrevido, ningún rey perdona la vida al súbdito que le salvó la vida. La ya citada intervención del vicepresidente primero en vísperas del 14-M decidió las elecciones, y creó una incómoda subordinación. En cualquier caso, ungir y uncir determinan la misma acción, la unción, y nadie duda de que Rubalcaba se encomendará con unción a su tarea, sembrando el pánico entre todos sus enemigos y buena parte de sus amigos.