Imaginemos que Puccini fue un mujeriego, Mozart un genio con una parte infantil y estúpida, Chaikovsky un ser de voluntad débil ante los jovencitos y Wagner un un tipo difícil que compuso Tristán e Isolda pensando en una amada que al fin lo abandonó por algo de tan mal gusto como volver a los brazos del marido. De esas escisiones del yo entre genialidad y humana normalidad nos habló el otro día en el Club FARO el heroico ex director de Clásicos Populares Fernando Argenta, demostrando que no son lícitos papanatismos como creer que un genio de la música, de las matemáticas, de la economía o de la literatura lo es en toda la extensión de su vida. Tendemos a encapsularlos en un club elitista y exclusivo pero hay un momento en que se aflojan los tirantes, quedan en ropa interior y dejan su condición supuesta de dioses para convertirse en humanos. Einstein fue un caos como marido que en su segundo matrimonio dudó entre casarse con una mujer o su hija aunque al final antepuso el arte culinario de la madre a vampirizar la sangre fresca de la jovenzuela. Entrar en cualquier biografía íntima, desde Marx a Kennedy, le convierte a uno en seguro candidato al pasmo, a la estupefacción, al desconcierto.

Por fortuna, en tiempos de Beethoven, Mozart o ese cura obrero del amor que fue Listz, no existía ese clima actual de delación a programas del corazón que se lucran profanando la intimidad ajena o inventándola cuando no se lo permiten. Sólo Dios sabe qué hubiera sido de Vivaldi si en sus tiempos hay un formato televisivo como Donde Estás Corazón que se entera de que el maestro, a pesar de ser cura, convivía con la Giró, una cantante veinte años más joven, y quizás también con su hermana. Hubiera acabado con él y su capacidad para legarnos óperas fantásticas. Bien es verdad que ya en la época de Verdi había infraperiodistas de salsa rosa que le investigaron por su relación con una cantante a sus 80 años pero pensemos qué pasaría si, en un ejercicio arriesgado, nos acercáramos a la intimidad de nuestros santones galaicos de las artes, ciencias y las letras. ¿Tenía sus pecados ocultos un humorista comprometido y lúcido como Castelao o era en su vida de interiores lo que parecía, un hombre plano que se escandalizaba por el desnudo aunque hubiera tenido (supuestamente, como dicen los teleñecos) una aventura con una pianista inglesa? ¿Era Murguía, padre de la patria, un mujeriego saltimbanqui o un aburrido padre de familia y esposo monócromo y ejemplar? Carmen Laforet, por ejemplo. A Anna Caballé le dio por investigar en la vida de la ganadora del Nadal en 1944, esposa que fue de un director de FARO DE VIGO. Se conocerán esta semana en Vigo sus secretos, angustias y deseos nunca confesados.

Por debajo de las apariencias triunfales, del disfraz de lo aparente, me dijo Caballé hace unos años (y no dijo nada nuevo pero lo hizo con lucidez expresiva) late una angustia inespecífica, un descontento que alcanza a todas las edades. Y no sólo en los hombres o en las mujeres célebres como pudiera ser esa admirable rupturista que fue Maruja Mallo, en temas del amor tan bien versada. Conocemos las dobles vidas de célebres varones pero, en general, la historia íntima de las mujeres es algo que está por escribir y eso quedaba claro en aquel libro "Mi vida es mía", que Caballé publico hace unos cuantos años. Si los varones de hoy conocieran la parte oculta de muchas mujeres de aparente vida rutinaria, podrían poner caras de asombro dignas de ser captadas por un programa de cámara oculta. ¡Ah los ingenuos que piensan que sólo al hombre atañen las vidas paralelas! Hay un magma interior, un mundo oculto por escribir de lo femenino, sobre todo de aquellas que viven en pareja pero saben que los límites del amor están allí donde a uno le obligan a renunciar a lo que es.

Sólo escarbar un poco en los interiores familiares basta para sospechar que hay un más allá ignoto en muchas mujeres, que hay en ellas vida después de la vida doméstica. Y, por la contra, que una gran mayoría asume con madurez y capacidad ejemplar el papel que la sociedad le adjudica de madre y esposa incólume en su fe. Así no es extraño que por cada hombre deprimido haya diez mujeres y un varón con angustia por cada diez féminas que la padecen. Por no hablar de tanta experiencia femenina vinculada a la incomunicación, a la soledad y a la frustración cuando falla el proyecto de intimidad.