El 10/10/2010, Juan José R. Calaza publicó en este periódico "De animalismo, disonancia cognitiva, confort moral y un par de cosas más" en el que reseñaba algunas consideraciones de mi reciente libro "Tauroética". Lo de "Tauroética" no es baladí habida cuenta que algunas al parecer han leído "Taurotortura". En su artículo, ya señala Calaza que si en "Tauroética" me aproximo al animalismo en general y a los toros en particular es, como el título del libro indica, desde un punto de vista estrictamente filosófico, que es el que me interesa. Entiendo, por otra parte, que mi punto de vista no sea compartido, lo que ya entiendo menos es que María Gil me insulte al tiempo que me endosa el agravio de "hacer apología de la tortura a los toros" Pues eso, y no otra cosa, es lo que escribe en su carta del 21/10 ("Sabater (sic), toros y Calaza"): "Sabater se descalifica a sí mismo al hacer apología de la tortura a los toros" .

No creo que yo me descalifique al ejercer mi propia actividad profesional que es, modestamente, la de filósofo aplicándola al análisis de las corridas de toros o al montante de los impuestos que deben pagar las herencias dejadas a los gatos o a la despenalización del consumo de de la droga ¿O acaso habría que dejar el campo libre, sin análisis previo, a los animalistas para que aplicaran indiscriminadamente, por el huevo que no por el fuero, sus preferencias al conjunto de la sociedad? Me temo que no, que no se puede dejar vía libre a las obsesiones de los animalistas adjudicándoles el privilegio de ser los únicos cuya opinión respecto al trato para con los animales prevalezca, si, como en el caso de María Gil, caen en el desatino de enlazar "el derecho sobre la vida y la muerte de los humanos de raza judía" con "la tortura es independiente de quien sea la víctima, humana o no". Quiere decirse, para María Gil, y supongo que para el colectivo del que se hace portavoz, es igual el gaseo de judíos que estoquear un toro. Su posición que se agrava al recordar que un tal Adolfo Hitler adoraba a los animales y era, además, vegetariano.

Es evidente que no podemos tratar a los animales como meras cosas, porque son seres vivos y por tanto sensibles. Pero a cada especie la consideramos según su propia naturaleza y también según las exigencias de la nuestra. El hombre ha criado –que casi equivale a decir "creado"– las especies que nos alimentan, nos visten, nos prestan su fuerza o participan en nuestros ritos. No es maltrato adecuarlos a la función para la que su condición les dispone. En el caso del toro de lidia, el trato adecuado es lidiar a ese escaso cinco por ciento de la especie que justifica con su combate bravo en la plaza –que nada tiene que ver con la tortura– la perpetuación del resto de la raza.

En fin, podría seguir argumentando largamente al respecto con las mismas razones que expongo en "Tauroética" pero no albergo la mínima esperanza de convencer a personas del corte intelectual de María Gil. De quien sospecho habla de oídas pues si hubiera leído mi libro sabría que ni hago "apología de la tortura a los toros" ni me llamo Sabater sino Savater.