La remodelación de gobierno emprendida por ZP (con el ascenso de Alfredo Pérez Rubalcaba a super-vicepresidente, la recuperación de Ramón Jáuregui del cementerio para elefantes del Parlamento Europeo y la sustitución de Leire Pajín por el integrador Marcelino Iglesias al frente del PSOE) supone el fin de la etapa iniciada en 2004 (la del zapaterismo paritario, improvisador, basado en encuestas y apoyado en la izquierda de Público/La Sexta) para volver a las esencias PSOE, de Felipe González/El País.

Sin margen de maniobra en economía desde mayo, cuando empezó la vigilancia de nuestras cuentas por parte de Merkel-Obama-Hu Jintao (así que no había necesidad de cambiar a la abnegada Elena Salgado), Zapatero lo fía todo a llegar vivo en marzo de 2012 de la mano de Rubalcaba (nueva cara del Gobierno y controlador de todo lo que se mueve, a partir de su mando en el Ministerio del Interior). Además, queda como el mejor colocado en el caso de que Zapatero decidiera no presentarse a las elecciones.

Con estos cambios ZP buscará, por un lado (y con la ayuda del nuevo ministro de Presidencia, el vasco Ramón Jáuregui), mostrar a la opinión pública el final de ETA; por el otro, con Rubalcaba de ariete, el PP tendrá un adversario formidable, brillante en el debate parlamentario, que no dudará en contraatacar cuando se tercie.

Es probable que, como señalaba el ex ministro Jordi Sevilla, la nueva estrategia comunicativa sea la de ocultar al máximo la deteriorada situación económica. Pero el ciudadano difícilmente otorgará la confianza al PSOE (con unas encuestas que le sitúan a más de 10 puntos del PP) si al final de la legislatura no percibe un descenso del paro. De poco valdrá, entonces, haber recuperado a los veteranos para salvar al soldado Zapatero.