Así pues, cerrado oficialmente el proceso de fusión, cometerían otro error grave quienes aplaudan, y también los que, más escépticos, apliquen el refrán según el cual bien está lo que bien acaba. Aquéllos, porque nada se arregla con cerrar los ojos; éstos, porque el asunto de las cajas -aunque desde ahora haya de emplearse el singular- está lejos de acabar, y mucho menos con bien.

Con lo dicho no se pretende mantener per in saecula saeculorum la cuestión como un flagelo contra la Xunta, ni siquiera hacer de ella un cilicio para que se penitencien quienes -políticos, sindicalistas o adheridos- la protagonizaron. Se trata de advertir que la cosa no acaba con las asambleas de ayer -en las que pudieron oírse algunas cosas fuertes- y de que ahora se abre una etapa aún más difícil y trascendente, y por eso conviene tener en cuenta la historia para que no se repita.

En ese sentido parecería oportuno reclamar que el estamento político del país se mantenga lo más alejado posible de la nueva caja. Le corresponde a los poderes democráticos un indiscutible deber de tutela, pero que no se refiere a la intervención y menos aún a la gestión, lo que viene a cuento sobre todo cuando las competencias financieras autonómicas están en unas manos como las de la Consellería de Facenda.

(Aun a riesgo de incurrir en lo que dijeron los latinos sobre la excusatio, la referencia a la Xunta no responde a una manía persecutoria, sino a una útil precaución. Y no ya por el penoso papel que jugó en el proceso de fusión o el patético de la política presupuestaria; es que en todo lo que las empresas gallegas van a padecer en materia de riesgos y créditos la confianza será vital, y de eso no le queda ya al departamento.)

No se trata de menospreciar la política o de insinuar malévolas sospechas sobre los políticos. Solo de recordar que la Ley de Ordenación que vienen de pactar el PP y el PSOE surge para frenar las apetencias del poder regional sobre los aparatos financieros resultantes del terremoto provocado por la crisis. Y ya dice el aforismo que a confesión de parte -y el pacto lo es- sobran pruebas.

Ítem más. Parecería sensata otra precaución: insistir en que todos en la nueva entidad remen en la misma dirección que para la parte más difícil de la travesía, fijen la presidencia y la dirección general. Tienen, quienes ocupan esos cargos -y sus equipos-, demostrada su valía al hacer de la más pequeña de las dos cajas la primera en la fusión, y la experiencia es la madre de la ciencia. Punto.

¿Eh...?