Auspiciados por el Centro de Investigación de Política Económica de Londres (CEPR), un selecto plantel de economistas se reunió en 1994 en el Parador de Baiona. Las contribuciones de los conferenciantes fueron editadas posteriormente –1997, Cambridge U. P.– por Dennis J. Snower y Guillermo de la Dehesa: "Unemployment Policy: Government Options for the Labour Market". El perfecto desarrollo de aquel evento singular no hubiera sido posible sin el soporte financiero del Consorcio de la Zona Franca de Vigo y la profesionalidad organizativa de Débora Ramonde y Francisco López Peña.

La finalidad del CEPR era congregar algunos representantes de la crema de economistas con el fin de diagnosticar rigurosamente las causas del paro y proponer soluciones. Con perspectiva actual, la elección de los ponentes -por lo que se refiere a la crema- resultó asaz acertada pues tres de ellos fueron galardonados posteriormente con el Nobel de Economía: Phelps, en el 2006, y Pissarides y Mortensen, junto con Diamond, hace unos días. Pero por lo que respecta al paro, ni crema ni nata ni leches: ahí sigue.

Vinieron, además, dos de mis maestros, reputadas eminencias que cada año figuraban en las quinielas al Nobel: Edmond Malinvaud (1923) y Jacques Drèze (1929). Poseedores ambos de más amplia ciencia que yo me trataban sin embargo en colega, hasta el punto de haberme dado la oportunidad de enseñarles alguna cosilla, sin llegar a saldar empero la enorme deuda intelectual que tengo para con ellos. A Drèze le había mostrado en Lovaina el interés de las derivadas de Fréchet y Gâteaux en ciencias económicas y también la fácilmente asimilable integral de Henstock-Kurzweil como paso previo, para los estudiantes, a la integral de Lebesgue; y a Malinvaud, en París, un método de detección de colinealidad, muy interesante para economistas y biólogos/ecólogos, que había aplicado yo mismo junto con dos colegas franceses, en 1984, al modelo Express del Ministerio de Economía (Calaza, Lantz y Babusiaux, Revista española de economía, 1987).

Competición por el Nobel

Sin casi merecimientos que me avalasen, en comparación con la mayoría de los conferenciantes, los organizadores del evento de Baiona también contaron conmigo quizás porque soy buen lector crítico y por entonces referee de algunas revistas de economía. A la par que el matemático francés Daniel Cohen (École Normale Sup. Paris) en el coloquio fui evaluador y discussant de la ponencia de dos marxistas de la London School of Economics –¡y mira que es difícil que en la LSE profesen marxistas¡– Paul Gregg y Alan Manning. Esta ponencia, junto con la de Malinvaud, quizás fue la más interesante y siento decir –aunque no lo sienta en absoluto– que las conferencias de Pissarides y Mortensen, galardonados con el Nobel este año, repito, me parecieron mediocres.

Por entonces, nadie pensaba ni por asomo que ambos pudieran ganar el Nobel ni mucho menos antes que Drèze y Malinvaud. Las investigaciones de Pissarides y Mortensen corresponden al tipo de ciencia económica-sonajero, agradable al oído pero infantiloide.

Auténtico torpedo

Un mes antes, Drèze y Malinvaud me enviaron sus artículos para que les echase una ojeada. El de Drèze era bastante anodino en relación a lo que nos tenía acostumbrados. La ponencia de Malinvaud era otra cosa: un auténtico torpedo contra el corpus teórico levantado por Edmund S. Phelps (1933). Ocurría que Phelps era uno de los grandes rivales de Malinvaud al Nobel –Drèze también pero la amistad entre ambos dominaba a la rivalidad– y se presentaba en Baiona aureolado de la reciente publicación de "Structural Slumps". En la carrera al Nobel, aun teniendo una obra menos importante jugaba a favor de Phelps el hecho de ser norteamericano mientras Malinvaud y Drèze –fundador del CORE, Universidad Católica de Lovaina, el más reputado laboratorio de economía cuantitativa que había por entonces tanto en Europa como en EE UU– eran europeos continentales y asumían la representatividad de algunas instituciones académicas católicas de primer rango. Y que nadie se engañe, esas circunstancias pesan lo suyo, incluso hoy día, en las decisiones de los "expertos" suecos de la Kungliga Vetenskapsakademien, que otorgan el Premio del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel, casi todos protestantes y ansiosos de ser invitados largas temporadas como "Visiting Professors" a las prestigiosas y bien pagadas universidades norteamericanas e inglesas.

Malinvaud, ex director del INSEE –el Instituto Nacional de Estadística francés– y del ENSAE –la Escuela de Ingenieros Estadísticos del INSEE– era un matemático estimable y estadístico de muchísimo talento. Su paper, no obstante, carecía de fórmulas. Detecté leves errores de análisis en la ponencia de Malinvaud pero sobre todo hice una crítica global porque me parecía que iba a obligar a los suecos -al leer aquello, cuando se publicaran las contribuciones de Baiona- a optar entre él o Phelps. Mi maestro no tuvo en cuenta las críticas aunque me las agradeció con una nota a pie de página. Cuando le dieron el Nobel a Phelps comprendió que yo tenía razón y que en el congreso de Baiona quizás se le hubiera escapado el galardón para siempre a pesar de la apoyada mención a su favor que Solow había hecho en su Nobel Lecture (1987).

Demanda global de trabajo

Por supuesto, son muchos los factores que concurren para ganar, o "perder", el Nobel de Economía –y no digamos de otras ramas– pero tengo muy claro que, consideraciones científicas aparte, si Drèze y Malinvaud no recibieron el Nobel –que sí recibieron segundos espadas– es porque las "causas" de mis maestros, que no son las mías, los perjudicaron gravemente. En el caso de Drèze, su solidaridad con los palestinos y a pesar de haber sido presidente de la Econometric Society y de la European Economic Association; en el de Malinvaud, por haber presidido la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.

Recuerdo –¡cómo podría olvidarlo¡– que sobre nosotros se cernía un septiembre triste y lluvioso, casi franquista, que no desanimó al marxista Manning a darse un chapuzón nocturno en la playa del Parador. Manning era el típico producto de la working class británica, incluso fenotípicamente: enjuto, rojizo, duro, inteligente, orgulloso, con conciencia de clase, coriáceo, austero. Para demostrarle a Manning que a nos, los gallegos, tampoco nos amilanaban la lluvia ni la oscuridad ni los comunistas extranjeros me zambullí asimismo en el negro y frío mar. Fue el baño más saludable de mi vida. Qué digo, más que saludable fue un baño salvífico. De repente comprendí, si bien llevaba tiempo dándole vueltas, que gran parte de lo que se estaba discutiendo allá arriba carecía de sentido. Aquellos modelos podían tener cierto fundamento en el ámbito microeconómico pero el paro global era otra cosa; las agregaciones sintetizadas en la demanda macroeconómica de trabajo estaban mal hechas, pura convención, lo cual ya se sabía, pero lo que yo acababa de ver con total acuidad era que lo fundamentalmente erróneo del enfoque habitual partía precisamente del uso de funciones. Necesitábamos "funcionales". Pero las funcionales –utilizadas corrientemente en la teoría del crecimiento económico– son instrumentos matemáticos mucho más difíciles de manejar que las funciones y, por ende, pueden presentar, después de la fase calculatoria, problemas de demostración de existencia, no siempre fáciles de resolver. Permítanme que les cuente el desenlace de esa intuición otro día.

Lo que sí les contaré, ahora mismo, es que en ese momento me acordé de algo que le sucedió a uno de mis profesores con relación a Nash, el matemático que inspiró la película "Una mente maravillosa". Lo llamó, cuando aún no había ganado el Nobel, para invitarlo a dar una conferencia sin saber que la esquizofrenia empezaba a hacer estragos en él; Nash contestó a su requerimiento con un escueto: "Lo siento, acaban de nombrarme Emperador de Alaska". Algo así sentí yo en ese momento, al intuir mi funcional, puede que tocado también por la locura. Aunque no Emperador de Alaska sí me sentí Neptuno del Mar Nobel. Desde luego, el de Baiona fue un evento singular.