Huérfanos como estamos los gallegos de un nuevo Estatuto de Autonomía, tal vez hayamos encontrado al fin un padre en el mítico caudillo celta Breogán: o al menos eso se deduce de la propuesta registrada ayer en el Parlamento por la rama autóctona del PSOE. Proponen en efecto los socialdemócratas galaicos que Galicia pase a denominarse oficialmente "Nazón de Breogán" con el objetivo de que este viejo reino se equipare a otros territorios de la Península que ya han reformado sus cartas autonómicas.

La idea no puede ser más oportuna. Si Cataluña adoptó el término "nación", Andalucía el de "realidad nacional" y Canarias el de "archipiélago atlántico", justo es que Galicia apele a la nación de Breogán para distinguirse con su propia marca. A fin de cuentas, Breogán es también el nombre transitoriamente elegido por las dos cajas de ahorros de este país para oficializar sus nupcias ante el Banco de España. Y lo que vale para un asunto tan serio como el de las finanzas ha de servir también en el menos trascendente ámbito de la política.

Razones y mitos no han de faltarles, en todo caso, a los autores de tan singular propuesta de renombramiento de Galicia en el Estatuto. Cuentan las viejas leyendas irlandesas recogidas en el "Libro de las invasiones" que el jefe celta Breogán edificó y dio su nombre a la ciudad de Brigantia, que hoy llamamos Coruña y en aquellos felices tiempos no iba precedida de "A" ni de "La", lo que ahorraba no pocas polémicas.

Ith, uno de los hijos del tal Breogán, tenía la melancólica costumbre de pasar las tardes en lo alto de una torre construida por su padre, desde la que al parecer se veían las tierras de Irlanda sin necesidad de telescopio. Indignado por el mal trato que los irlandeses dieran a su progenitor, Ith armó una escuadra que capitanearía para invadir la que hoy es República del Eire. De este modo fue como los gallegos –que entonces ni siquiera sabían que se llamaban así-- poblaron la verde Irlanda.

Desaforada y hermosa como cualquier otra leyenda, la historia de Ith y Breogán parecía mera ficción hasta que Dan Bradley, un profesor del Trinity College de Dublín, descubrió el inopinado parentesco genético que existe entre gallegos e irlandeses. Tras comparar muestras de ADN obtenidas en varios países sospechosos de celtismo, Bradley llegó a la conclusión de que los celtas no llegaron a Irlanda desde Centroeuropa, sino del noroeste de la Península Ibérica: más o menos donde hoy están Galicia y Asturias. Una teoría que vendría a refrendar indirectamente el también profesor Stephen Oppenheimer, de Oxford, cuando afirmó que los celtas irlandeses descienden de un "antiguo pueblo" que vivía en la "costa atlántica".

Quiere decirse que, por una vez, la ciencia parece ir detrás del mito hasta el punto de confirmar las viejas leyendas y dejar en desairada posición a quienes nos tomamos un tanto a broma estas cosas del celtismo.

Cuestión diferente es que sea un partido de izquierdas –y por tanto, racionalista-- el que invoque las tradiciones, las leyendas y el pensamiento mágico como soportes de una propuesta que hunde sus raíces en las nieblas de la magia y el misterio. Nada más natural, sin embargo, en un país tan amante de la ficción como Galicia, donde la árida política se subordina a las bellas letras. Al dominio de la literatura pertenece indudablemente la "Nazón de Breogán", fórmula acuñada por Eduardo Pondal en su poema "Os pinos" a la que ahora quiere dar consistencia legislativa el partido socialdemócrata que acaudilla Manuel Vázquez.

Habrá quien objete que la poesía y los conceptos jurídicos toleran mal la mezcla; pero tampoco hay por qué ponerse tan formalistas. Un país que fue Gallaecia, Suevia, Tierra del Apóstol y Reino de Don Manuel I, bien puede acogerse ahora al patronazgo del caudillo Breogán. El caso es tener una denominación de origen.

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