Hasta un millar de médicos gallegos han tenido que buscarse la vida en Portugal por falta de oportunidades en su país, pero el hueco que dejaron lo cubre ahora un número semejante de doctores llegados del otro lado del Atlántico. Se conoce que la Sanidad es tan ancha como el océano y está sujeta al flujo y reflujo de las mareas.

Aparentemente, la razón que llevó a los facultativos de aquí a emigrar es la misma que atrae a cientos de colegas de otros países a Galicia. Si los gallegos encontraron mejores condiciones laborales y/o sueldos más satisfactorios en Portugal y el Reino Unido -por citar dos destinos clásicos--, se supone que lo mismo ocurre con los médicos extranjeros que buscan y consiguen trabajo en este país. De acuerdo con esta teoría, los trasvases de profesionales desde Galicia al exterior y del exterior a este reino obedecerían a la férrea ley del mercado; pero acaso haya matices que se escapen a esa regla general.

En realidad, las leyes del comercio laboral determinan que cualquier demanda de trabajadores sea cubierta en primer lugar por aquellos especialistas a los que el propio país ha formado. Mayormente en el caso de los médicos españoles a quienes su larga y sólida preparación les ha valido un justo prestigio internacional que está lejos de ser gratuito. Y tal vez resida ahí la clave de la cuestión.

A los contribuyentes les cuesta un riñón formar a un médico para que luego sea trasplantado -el médico; no el riñón-- a otro país en el que le ofrezcan más alicientes de orden laboral que en el suyo. Eso es lo que se llama coloquialmente “trabajar para el inglés”: una expresión de lo más acertada en este caso si se tiene en cuenta que Gran Bretaña es una de las naciones a las que suelen emigrar los trabajadores sanitarios de Galicia y de España en general.

Podría entenderse esta migración como una consecuencia natural de la ley de la oferta y la demanda, pero algo no cuadra en esa hipótesis. No parece lógico, desde luego, que la misma Galicia que exportó un millar de médicos a Portugal no haga la posible por recuperarlos y se vea obligada a importar ahora una cantidad similar de facultativos con los que cubrir sus necesidades en materia de salud pública.

La única explicación coherente y asombrosa a la vez es que este es un país rico, contra lo que puedan sugerir sus modestos niveles de renta per cápita. Tan sobrados vamos los gallegos que hasta podemos ofrecer al resto del mundo un cuantioso excedente de profesionales de la Sanidad y la Educación: justamente los dos servicios que distinguen a las naciones más avanzadas.

Profesores todavía no exportamos, cierto es; aunque sí investigadores y científicos que no encuentran en Galicia -ni aun en España- otra cosa que contratos de becarios poco o nada adecuados para el desarrollo de los conocimientos que adquirieron.

Todo esto ha de guardar alguna relación, como ya se dijo, con la famosa “mano invisible” del mercado y las no menos enigmáticas leyes de la oferta y la demanda; pero incluso así cuesta entender que un país en teoría poco desarrollado como Galicia ande excedido de profesionales en ramos tan importantes como los de la salud y la enseñanza. Cualquiera que sea el motivo, aquí parece haber un notable superávit de médicos y docentes, dato que difícilmente cuadra con el hecho de que la Sanidad pública gallega deba recurrir a la importación de profesionales extranjeros para cubrir sus plantillas.

No queda sino deducir que los médicos en su día emigrados a otros países declinan la oferta de volver a Galicia que sin duda se les ha hecho. Inquietaría mucho más, desde luego, la hipótesis de que sean meros criterios de ahorro salarial los que guían la política de contratación de la autoridad competente en un ramo tan delicado como el de la salud. Algo que no tiene precio cuando sobran y faltan médicos a la vez.

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