Somos lo que comemos. Ese principio, que no sólo fundamenta las advertencias acerca de la ingesta razonable sino que da sentido a la evolución de muchos géneros y especies como la del propio Homo sapiens, podría tener sus misterios. Cris Ledón-Rettig, del departamento de Biología de la Universidad de North Carolina, y sus colaboradores lo han puesto de manifiesto a través de un experimento en el que detectaron cómo las modificaciones en el medio ambiente en el que se encuentran los renacuajos de la especie Scaphiopus couchii, cuya ingesta se basa sobre todo en algas, pueden llevar a cambios radicales capaces de forzar su evolución.

El equipo de Ledón-Retting sometió a los renacuajos, en condiciones experimentales, a una dieta carnívora –de gambas trituradas– y el resultado fue sorprendente. No sólo los renacuajos se adaptaron muy deprisa a esa dieta sino que aumentaron su variabilidad en las tasas de crecimiento y desarrollo comparados con los que se alimentaban de los detritus habituales. La razón de ese cambio la explican los investigadores por medio las hormonas inducidas con la nueva dieta.

Que una determinada especie pueda variar su ingesta sin sufrir consecuencias letales es algo más que comprobado. En especial, si hablamos de los primates. Se trata de algo así como una capacidad para aprovechar cualquier oportunidad de alimento disponible, como digo, incluso los simios más especializados en un determinado tipo de dieta como son los gorilas, folívoros en su estado natural. Al ser internados en zoológicos, los gorilas se adaptan bien a la alimentación carnívora (mucho más fácil de conseguir para los administradores del parque).

Esa plasticidad parece ser también factible en seres tan alejados de los primates como son los sapos y las ranas. Lo indica el trabajo de Ledón-Rettig. Aunque un aumento de la variabilidad no implica por sí mismo una ventaja adaptativa, porque los renacuajos estudiados a los que se forzó a la ingesta carnívora mostraron tasas más bajas de aptitud biológica, el que el cambio apareciese –y lo hiciera de una forma tan rápida y acusada– pone de manifiesto que el giro brusco de la dieta podría haber sido un factor de transformación en la evolución de los anfibios originado por los cambios ambientales.

¿Y a quién le importa? Tal vez a nosotros. Nuestro linaje evolutivo dio lugar, hace alrededor de tres millones de años, a la necesidad de adaptación a las condiciones ambientales de las sabanas abiertas africanas. Una rama humana, la de los australopitecos robustos, se especializó en la ingesta de vegetales duros. Otra, la del género al que pertenecemos, Homo, se volvió carnívora. La sutileza de las preferencias dentro de un rango muy amplio de plasticidad en la alimentación dio lugar a la cadena evolutiva, con aumento cerebral, que llevó hasta nuestra especie. Moraleja: somos lo que comemos pero ojo con comer cualquier cosa.