El Eixo Atlántico nació, hace dos décadas, para coordinar las sinergias de los ayuntamientos de Galicia y el Norte de Portugal y dar solución a los problemas comunes. Pero cuando surge la mayor amenaza habida en estos veinte años para los ciudadanos de ambas comunidades, por la propuesta del Gobierno de Lisboa de imponer un peaje a las autovías hasta ahora gratuitas mediante un dispositivo de pago automático, el Eixo Atlántico no se entera.

Ha tenido que ser un periódico el que cuestione al Eixo para que comience a espabilarse de su modorra, después de semanas de debate, protestas, y actuaciones individuales de algunos alcaldes del Eixo Atlántico, como Rui Río, de Oporto, que se ha enfrentado a su Gobierno.

Algunos organismos que se crean desde instancias públicas con el fin de cubrir funciones que se consideran desatendidas, acaban siendo un refugio burocratizado de funcionarios sin examen de oposición. Es lo que la gente conoce como "chiringuitos". Su única misión parece ser la de preparar la convocatoria de la siguiente reunión, y procurar que se sepa lo menos posible de su existencia.

Estos organismos surgen por afinidad ideológica, empatía de los proponentes o estricta necesidad. Es lo que ocurrió cuando lo crearon los alcaldes de Vigo, Carlos Príncipe, y Oporto, Fernando Gomes, las dos urbes líderes de Galicia y Norte de Portugal, a las que se sumaron las principales ciudades, algunas con reticencia –caso de A Coruña de Paco Vázquez, que no debió asistir personalmente a ninguna reunión– o desconfianza –Braga, de Mesquita Machado–, y ansiosas las más pequeñas, al pensar que podrían rentabilizar la pertenencia al organismo en beneficio propio.

La intención era plausible: aprovechar las potencialidades de los alcaldes de acá y allá de la frontera para afrontar asuntos comunes de la que pronto se llamaría eurorregión Galicia-Norte de Portugal. Aunque ya existía otro organismo trasnacional, denominado Arco Atlántico, del que formaban parte las autonomías.

Como es lógico, la prensa gallega y la portuguesa acogieron el Eixo Atlántico con entusiasmo, y cada reunión de la etapa fundacional merecía una pormenorizada atención para informar a los ciudadanos del desarrollo de un organismo que se pensaba podía ser útil y eficiente, pese a lo limitado de sus competencias. La ilusión que despertó fue la que impulsó a tantos alcaldes a presentar su candidatura a integrarse en el Eixo.

Lamentablemente, el entusiasmo inicial fue decreciendo tras abandonar el cargo los fundadores, y acceder a la presidencia otros regidores –Manuel Pérez, en Vigo, Cabezas, en Ourense, Mesquita, en Braga–, que se limitaron a ser figuras representativas y cedieron la dirección del Eixo a los funcionarios.

Los periódicos perdieron interés, y desde el organismo asumieron encantados la discreción. Las noticias llegan a cuentagotas. Por ejemplo, se filtra que el Eixo pretende convertirse en un lobby, como si fuese un club privado de negocios o que su misión es captar recursos de la Europa rica.

Sin liderazgo, sin entusiasmo, entregado a los funcionarios, el Eixo se transforma en un "chiringuito" más de los muchos que existen. Y lo que es peor, adopta una postura de oscurantismo y opacidad. Y la opacidad, ya se sabe, permite todo tipo de actuaciones, sanas o incluso malsanas

Llegados a este punto, nadie sabe de quién son los recursos del Eixo Atlántico, si de los ayuntamientos que lo conforman, es decir, de nuestros impuestos, si de los Estados si de los fondos europeos. En cualquier caso, deberíamos saberlo. Como deberíamos conocer los gastos del personal y si los alcaldes y concejales que se reúnen para fijar la fecha de la próxima reunión, cobran dietas y cuál es su cuantía. En fin, las menudencias que quieren conocer los ciudadanos de los que gastan el dinero público.

El vocablo que cuadra a la actuación del Eixo en el caso que nos ocupa es de vergüenza. Ante un asunto de tanta gravedad, en el que la voz unánime de los alcaldes del Noroeste podría influir decisivamente en el acuerdo final de Lisboa, el Eixo ha estado durmiendo la siesta. ¿Para qué sirve entonces, si nació para este tipo de actuaciones?

Estamos en tiempos de crisis y es el momento de una reflexión profunda de si conviene un replanteamiento a fondo del Eixo Atlántico o una decisión drástica.

Como datos para el análisis he aquí un conjunto de obviedades. Es evidente que el Eixo ha ido a peor. En veinte años no se conoce que haya hecho nada reseñable. Es el lugar de encuentro de los alcaldes del Noroeste, pero son justamente los mandatarios los que no le otorgan la menor importancia. Si los alcaldes no perciben que tiene una función y una eficacia, es un organismo muerto. En ese supuesto, en lugar de un gravoso organismo, podría ser suficiente que los alcaldes se reúnan a almorzar una vez al año. Es evidente, por tanto, que si no se cierra el Eixo necesita una reforma profunda. Un liderazgo, un impulso de autoafirmación de su capacidad, una promoción que lo acerque a los ciudadanos y, por supuesto, borrar de raíz la opacidad que lo oculta a la luz pública. Los ciudadanos quieren saber en que se gasta su dinero.