Si hubiesen alcanzado plenamente sus objetivos las órdenes de bombardear durante el bloqueo de Leningrado la "caravana de la vida", que atravesando el helado Lagoda aprontaba víveres a los asediados, Agustín Muñoz Grandes hubiera enviado a Leonid Kantorovich al fondo del lago al volante de un camión. A fin de cuentas, después de haberse doctorado en matemáticas a los veinte años y obtener la cátedra a los veintidós, era el responsable de la caravana.

Especialista en análisis funcional, a la par que Pontryagin, el astuto Kantorovich minimizó las pérdidas de camiones calculando la distancia óptima que debían respetar entre ellos bajo restricción de temperatura del aire y espesor de la capa de hielo. No es menos digno de admiración, sin embargo, que en lugar de quedarse en su despacho haciendo cálculos y dando órdenes, Kantorovich condujera un camión bajo los bombardeos. Con hombres así los soviéticos ganaron la guerra. Ganaron la guerra convencional pero perdieron la guerra fría habida cuenta que los modelos de planificación teorizados pecaban de rudimentarios respecto a la complejidad de los objetivos del Gosplan soviético.

Otro de los logros técnicos de Kantorovich consistió en aplicar la programación lineal como método de asignación óptima de recursos sectoriales en el seno de una economía socialista planificada. Estos trabajos, que olían a descentralización de economía de mercado, estuvieron a punto de llevarlo a la cárcel en dos ocasiones, salvándose por su colaboración en el programa nuclear soviético. Los modelos de Kantorovich intentaban reconciliar Pareto con la planificación soviética. En 1975 recibió el Nobel de economía junto con el holandés Koopmans.

Inspirado en el Gosplan, el Commissariat Général du Plan fue instituido por De Gaulle en 1946. El Plan francés –una mezcla de colbertismo y planificación soviética soft- tuvo su más brillante representante, a partir de 1957, en el matemático Pierre Massé. Cabe conjeturar su repercusión en el Plan francés, y de rebote en los planes de desarrollo españoles, si la mano de hierro de Muñoz Grandes hubiese segado la vida de Kantorovich.

El Plan de Estabilización de 1959 puso fin al periodo autárquico liberalizando la economía española, abriéndola al exterior al tiempo que atraía capitales extranjeros y estimulaba las exportaciones a socaire de la devaluación de la peseta. A partir de 1961 los resultados fueron espectaculares. Para canalizar el crecimiento mediante localización de empresas estratégicas con capacidad de arrastre e impulsar el desarrollo de las regiones excentradas, nombraron a López Rodó, 1962, Comisario del Plan de Desarrollo inspirándose en el Plan francés.

Esquematizando, pocos años después los economistas consideraron que la trayectoria de un misil y la del crecimiento de una economía podían calcularse con los mismos instrumentos matemáticos (máximos/mínimos de Pontryagin y ecuaciones de Massé/Bellman). Sucede que, poder sí se podía pero mientras los misiles llegaban a destino como previsto las economías no respetaban las previsiones.

Ahora sabemos que no sólo fracasó el modelo del Plan soviético sino también el francés y el español. A pesar de las tasas de crecimiento que se observaron por entonces y de la tendencia económica sin grandes sobresaltos, hasta 1973, es un error atribuir los logros a los planes. No empece, la crisis actual está instalando la nostalgia de esa época no tanto en sus aspectos políticos como por la añoranza de la estabilidad económica.

Me desagradan el dirigismo e intervencionismo del Estado -salvo en lo que concierne a recobrar centralidad al estilo europeo que sofrene el tribalismo autonómico- pero algunas causas/leyes ideológicas de la crisis son bien conocidas y requieren cortafuegos. Ya sabemos por experiencia que el error cometido por algunas eminencias con el euro se asentó en una ley incuestionable, según ellos: el modelo alemán era ejemplar y transferible a toda Europa. Hay también una ley ideológica similar profundamente anclada en el inconsciente de los economistas del FMI y asimilados: el modelo norteamericano es extensible al resto del planeta. Dicho de otra forma, lo que es bueno para Wall Street es bueno para EE.UU. y lo que es bueno para EE.UU. es bueno para la economía mundial. Y pertrechados de esa ideología los consejeros económicos, que se pasean como por su casa por el pasillo Wall Street-Washington, organizaron a comienzos de este siglo la desreglamentación bancaria y financiera vigente. Propiciando de consuno la propagación casi inmediata de los choques financieros al sector real cuando se produce un cambio en las anticipaciones de los agentes. Anticipaciones que aparecen como racionales al autorrealizarse. En fin, ya apunté en varias ocasiones que en un entorno económico de equilibrios múltiples y anticipaciones autorrealizables, pequeños choques o pequeñas modificaciones de las anticipaciones con efecto contagio -que en el pasado tenían consecuencias menos traumáticas y podían corregirse a rebufo de políticas de intervención o por medio de estabilizadores automáticos- tienen ahora efectos acumulativos devastadores. Y eso sólo puede arreglarlo la honestidad intelectual y no la parafernalia de las ecuaciones diferenciales estocásticas ínsitas en los modelos macroeconómicos, pura ideología amparada en la violencia simbólica de las matemáticas al servicio de los "expertos", que justifican cierto tipo de política.

Como tampoco Kantorovich ni Pontryagin -invidente desde los catorce años- pletóricos de genio, pudieron solucionar el desastre ideológico del Gosplan. La diferencia estriba en que ahora se echa de menos en los organismos económicos hombres del temple de Kantorovich, capaces de jugarse no digo la vida pero al menos la reputación profesional contra la corriente dominante.