Reciamente decidido a conjurar los peores efectos de la crisis, el gobernador del Banco de España sugirió ayer que los españoles tomen nota de las medidas acordadas por las autoridades de Grecia para evitar la bancarrota de su país. Cualquiera diría que nos quieren hacer un griego.

Además de un ciudadano de ese país y una lengua clásica, el "griego" es también el nombre de cierta postura no del todo convencional que se usa para la práctica del sexo. A ella aluden un tanto confusamente los anuncios de las doctoradas (y doctorados) en Erotismo que ofrecen en su peculiar programa académico disciplinas tales que el "griego", el "griego profundo" el "ruso" y el "francés" entre otras asignaturas que en verdad tienen poco que ver con la lingüística.

Trasladado al mundo de las finanzas, el concepto sexológico de "griego" consistiría más o menos en la ejecución de un plan de ajuste como el que el Gobierno de Grecia se dispone a aplicarles estos días a sus ciudadanos por salva sea la parte. Estriba el mentado programa en rebajarles un 16 por ciento el sueldo a los empleados públicos y lo que haga falta a los privados; en quitarles un par de pagas a los pensionistas y aumentar en varios años la edad de jubilación de los trabajadores que, además, podrán ser despedidos de manera más fácil y barata.

Los propios gobernantes helenos admiten que este va a ser un trance doloroso, toda vez que las medidas económicas se aplicarán bruscamente y sin vaselina alguna. Por desgracia, no parece que a los griegos les quede otra alternativa que someterse al "griego" si quieren ahorrar los 30.000 millones de euros exigidos a cambio de su ayuda por los socios prestamistas de la UE.

Suele decirse que esto es lo que les pasa a quienes no quieren caldo: que al final han de tomar tres tazas y rebosando. Los políticos griegos que, aparentemente, son de la misma estirpe mediterránea y algo chambona que sus colegas españoles e italianos, llevaban años contándole toda suerte de trolas sobre su economía a la Unión Europea, al FMI, al BCE y al sursum corda. Hasta ahora habían ido trampeando, pero llegado el momento de la verdad han descubierto que en realidad era a sí mismos a quienes engañaban. Inútiles ya los artificios de su imaginativa contabilidad, a los gobernantes helenos no les queda otra que someter a su pueblo a la penuria como única opción para evitar la suspensión de pagos del país.

Tal vez por eso haya alarmado un poco que el gobernador del Banco de España cantase ayer las excelencias del plan de austeridad griego que Miguel Ángel Fernández Ordóñez no duda en calificar de "correcto" y "ambicioso". Y tanto. Otra cosa quizá sí, pero ambición no ha de faltarle a un programa que reduce imparcialmente los ingresos de trabajadores y pensionistas a cambio de multiplicar sus fatigas mediante el retraso de la edad a la que pueden jubilarse.

Naturalmente, no hay razón para pensar que el jerarca financiero pida la aplicación de semejante dieta a los españoles, por masoquistas que a veces parezcamos. O se le ha entendido mal o lo que Fernández Ordóñez propone es más bien la aplicación de medidas preventivas capaces de ahorrarle a España un trance como el que, tras varios años de fiesta-jolgorio, se ve obligada a afrontar ahora Grecia. Lo malo es que esas disposiciones han de incluir también en mayor o menor grado el abaratamiento del despido, el recorte de las pensiones y una demora de varios años en la edad de jubilación con la que ya amagó –sin llegar a golpear– el Gobierno de Zapatero.

Planteada así la cuestión, tan sólo se trata de adelantarse a los acontecimientos antes de que los acontecimientos y la UE nos fuercen a una cura de caballo como la que está a punto de sufrir Grecia. Aparentemente, no quedaría sino escoger entre un "griego" con vaselina o un mucho más doloroso "griego profundo" si la situación empeorase. Menudo dilema.

anxel@arrakis.es