La democracia española, fruto de una transición en la que fuera de España pocos creían, era un gran activo de nuestro pais. Desde 1977 políticos españoles pudieron exhibir nuestra experiencia, y dar lecciones. El vigor de la democracia española desbordaba las fronteras propias, era expansivo, y la gesta del grandilocuente Garzón con el caso Pinochet, rompiendo los límites nacionales de la justicia, no era más, en el fondo, que una ola tardía de la misma marea. Ahora, en dos semanas, esa imagen se ha evaporado, y el mundo descubre sorprendido el fondo de armario de la España eterna, capaz de sentar en el banquillo al mismo juez desmesurado que anteayer se veía (con razón o sin ella) como bandera de la democracia avanzada. Los equívocos, ambigüedades y miserias de nuestra transición política son ahora, en el mundo, de público dominio. Un capital intangible se ha ido al garete.