Las imágenes de ciudadanos portugueses de Valença do Miño ondeando cientos de banderas españolas y colgando la enseña nacional en los balcones de sus casas para agradecer la atención sanitaria que reciben en la vecina localidad española de Tui han dado en los últimos días la vuelta a España y Portugal. Los vecinos de Valença recurren a la sanidad gallega porque las autoridades lusitanas han decidido cerrar las urgencias nocturnas del centro de salud de su localidad. Han sido asignados a otro ambulatorio, en concreto al de la localidad de Monçao, pero consideran que está muy lejos. Monçao dista 25 kilómetros de Valença, mientras que Tui está a tan sólo 5 kilómetros. Y lo mismo arguyen para reclamar ser atendidos en el hospital de Vigo, pues el suyo, el de Viana, está también más lejos que el de la ciudad olívica.

Al parecer la población afectada es muy poca, al menos eso dicen las autoridades sanitarias de ambos países, pero, sea la que sea, sin duda los vecinos de Valença hacen bien en movilizarse pacíficamente para defender lo que consideran sus legítimos derechos, y sólo cabe felicitarlos por el éxito del marketing utilizado, por llamarlo de alguna manera, no sólo en lo que se refiere a la exhibición de las banderas españolas sino también a eslóganes como los de "no nos importaría ser gallegos". En cualquier caso, su visión del problema no es unívoca, como evidencian cartas de lectores de FARO en las que exponen los prejuicios que en su opinión padecen en la atención sanitaria a causa de este tipo de situaciones.

Pero, más allá del problema concreto del cierre del centro de salud de Valença, el caso propicia una reflexión sobre la tan traída Eurorregión Galicia-Norte de Portugal. Y lo primero que cabe constatar es que, lejos de estar ante una anécdota, tras la singular movilización de los vecinos lusitanos subyace una relación de proximidad, casi de hermandad, entre las población de ambos lados de la "raia" que se ha ido tejiendo día a día durante décadas hasta configurar un territorio unido por múltiples conexiones culturales, sociales, comerciales y empresariales. Del mismo modo que los portugueses acuden a las urgencias sanitarias de Tui, los tudenses se desplazan a Valença para disfrutar de la piscina cubierta de la que carecen en su ciudad, por poner un solo ejemplo, tan nimio como revelador. Es decir, la Eurorregión no es ninguna entelequia sino una realidad social y la evidencia de que las poblaciones transfronterizas del Miño han enterrado hace ya mucho tiempo los ancestrales recelos y los miedos que latían en otras épocas de la historia.

La pregunta que cabe hacerse, así pues, es por qué esa realidad no ha encontrado aún la necesaria plasmación política y administrativa. Pues, sencillamente, por falta de empuje y voluntad real de llevarla a cabo. El Eixo Atlántico puede ser un buen ejemplo de ello. Lanzado en 1992 por los entonces alcaldes socialistas de Vigo, Carlos Príncipe, y de Oporto, Fernando Gomes, a modo de una gran red de ciudades transfronterizas, fue en su momento todo un símbolo de esa carrera por la Eurorregión. Nació en Oporto con seis municipios gallegos y otros tantos portugueses, con el acertado propósito de impulsar proyectos conjuntos con financiación europea y aprovechar las sinergias para el desarrollo de este espacio geográfico.

Los recelos de A Coruña y Santiago por el protagonismo vigués fueron en su día una rémora, precisamente en su etapa más dinámica. Uno de sus principales logros, quizá de los más palpables, fue el haber ejercido con éxito de "lobby" de presión para conseguir que Lisboa priorizase la autopista Valença-Oporto frente a la del Algarve, que se haría más tarde.

Pero, casi dos décadas después, y pese a mantener su actividad y haberse ampliado a 34 ayuntamientos, el Eixo ha perdido prácticamente toda su influencia y languidece en una clamorosa inoperancia, como reconocen en privado muchos de sus integrantes.

No es necesario extenderse ahora en el mazazo que supuso para los intereses de Galicia la concesión a Badajoz de la sede del Secretario Técnico Conjunto del nuevo Programa de Cooperación Transfronteriza España-Portugal, ni los continuos incumplimientos de los plazos en el AVE Vigo-Oporto, abordado ya en 1994 por Felipe González y Cavaco Silva y que ahora el ministro de Fomento, José Blanco, parece determinado a concretar con parámetros realistas y firmes. Lo cierto es que el dinamismo social y empresarial a uno y otro lado del Miño, las interrelaciones de todo tipo entre ambos territorios, demuestran la existencia real de una Eurorregión que los poderes públicos no son capaces de articular.

El asentamiento de industrias a ambos lados de la frontera, el flujo de trabajadores entre los dos países e incluso la cooperación entre las universidades de uno y otro país –ahí está el caso del Campus del Mar de Vigo– evidencian la cohesión de un territorio que Vigo, por su poderío económico y su posición geoestratégica, está llamado a liderar.

Así pues, no estaría de más plantearse la operatividad de la gestión actual del Eixo Atlántico, perdido tras un farragoso entramado administrativo de comunidades de trabajo, comisiones interdisciplinares y sin apenas más presencia pública que la de absurdos patrocinios o publicaciones donde se reiteran una y mil veces tópicos y más tópicos, hasta el punto de que la Eurorregión está a punto de convertirse, si no lo es ya, en uno de los asuntos más estudiados de Galicia, sí, pero falto de gestores que den al Eixo el empuje y la visión necesaria para hacerlo avanzar en sus objetivos. Ésa debería ser la gran enseñanza de la movilización de los vecinos de Valença.