Hicimos comida de hidalgo, poca vianda y mantel largo, aunque tampoco tuvo demasiado mérito tal mesura si se tiene en cuenta que nada de lo que salía de la cocina estaba destinado a la elevación de nuestros sentidos gustativos. Simplemente, para cumplir las necesidades alimentarias. Pero, con mejor o peor suerte culinaria, el encuentro que tuvimos hace unos días a la orilla del Lérez demostró otra vez que el español no come por placer sino principalmente por hablar de lo que sea, si es posible bien pero sin hacer ascos a lo contrario. Podía haber empezado mal tal encuentro porque, quizás por consolarse ante el poco éxito de la pitanza, a mi compañera de mesa se le ocurrió brindar porque "si dos mil millones de seres están mal nutridos por defecto mientras una buena parte de los restantes están mal nutridos por exceso" teníamos que agradecer estar entre los segundos.

Eso es una indelicadeza porque va contra el apetito introducir bajo el mantel el complejo de culpa. Alguien comentó esto y una profesora de Lengua y Literatura, sentada al otro lado, le dio el antídoto: "No se preocupe vuesa mercé porque aquí, por mucho que nos pongan, practicaremos un ayuno voluntario". Tras este preámbulo incierto allí se habló de todo teniendo en cuenta la diversidad de profesiones que enriquecía el conjunto. Por ejemplo, del papel terapéutico de las papadas, que era tal, según un comensal, que conseguían sentar juntos a gentes que en la calle se darían la espalda. "Sin ir más lejos –dijo una dama, académica por cierto, señalando a quien tenía a su lado–, este de mi derecha guardaba el cadáver de Franco en el Palacio de Oriente bayoneta en mano mientras yo huía a Portugal por si las moscas". Como otra vez la conversación adquiría peligrosos derroteros a alguien se le ocurrió plantear un tema más venial pero tuvo el desacierto de que fuera de la fidelidad en la pareja, al calor de una conferencia publicada ese mismo día en este periódico. Ocurrió lo de siempre: los infieles presentes en la mesa (la mitad según estadísticas) empezaron a defender vehementemente la fidelidad por evitar cualquier sospecha; y los fieles a atacarla reivindicando incluso la traición, el engaño al ser querido, quizás porque ya estaban hasta los tuétanos de serlo sin más resultados que el aburrimiento "y una cierta atrofia muscular de salva sea la parte", según dijo uno de ellos. El caso es que una de las comensales mostró sus dudas sobre Walter Riso, autor reciente de un libro sobre la materia en que se defiende la abstinencia en el exterior de la pareja, más que nada por los estragos que produce la doble vida. "Más estragos causa el matrimonio", se le oyó decir como en murmullo desde una esquina.

Un empresario vinatero del Val Miñor, alentado por el vino, sostuvo por su parte que hay un estudio cuya autoría no recordaba por el cual los órganos sexuales de las partes en litigio, o sea masculinos y femeninos, tendían a replegarse sobre sí mismos y a desmoronarse, la llamada según él "depresión de las partes", cuando no se les daba el uso diverso o multidireccional para el que fueron pensados en la evolución de la especie sino que se los confinaba a la cárcel de un destino unidireccional y pactado. "O sea, a más de lo mismo", dijo mientras se limpiaba con la servilleta y se quedaba tan tranquilo. Se le oyó decir a otra, desde el fondo de la mesa:

–O es usted más frívolo que el "Sálvame" de Tele 5 o es un manipulador o es que no moja y está desesperado.

–Pues a vosotras las mujeres os gustan los hombres desesperados; y, si no los encontráis, los hacéis –respondiole el empresario aludido–.

Aquella cena a las orillas del Lérez a punto estuvo de derivar en desdicha y, por esquivarla, y ya que no podíamos hablar de fútbol, ni de política o economía, temas susceptibles en España de ser concluidos en el Juzgado de Guardia, un columnista sobre temas de televisión dijo: "Aprendamos de Mercedes Milá y su Gran Hermano". Al unísono, diez pares de ojos allí presentes le acuchillaron. "¿Y eso en qué nos va a nosotros?" dijo la académica de la Lengua. "Pues en que no sabemos ponernos de acuerdo sobre palabra alguna –dijo el televisivo– y ella, con la suya, consigue que huela a Channel nº 5 hasta esa cuadra llena de vocablos malsonantes en la que trabaja".