Esta Semana Santa he aprovechado el tiempo libre para volver a ver algunos viejos western, género en el que los Ford, Walsh, Hawks, Ray y algunos otros de esa talla alumbrarían a mediados del pasado siglo auténticas obras maestras del séptimo arte. En esta ocasión, sin embargo, las películas sobre la conquista del Oeste estadounidense me hicieron reflexionar, no sólo acerca de la falta de complejos de los americanos en relación a su propia historia, por muy polémica que ésta sea, sino incluso al orgullo que sienten hacia ella.

Tengo que admitir la sana envidia que me produce la relación que tienen algunos países de la esfera occidental con su propia historia, mientras los españoles siempre hemos mirado a nuestro pasado como el gángster arrepentido que acumula demasiados fiambres enterrados en su jardín. No son más que los de nuestros vecinos, ya que la historia de los países importantes tiene múltiples claroscuros, la diferencia es que otros no se avergüenzan de sus sombras o incluso las han sabido vender como algo positivo y de esa manera algunos historiadores franceses, por ejemplo, han convertido a un genocida como Napoleón Bonaparte en héroe nacional o un episodio profundamente sangriento como la Revolución Francesa (con sus más de cuarenta mil personas guillotinadas o sus represiones en las áreas monárquicas, como en el departamento de Vandea, en donde más de cien mil campesinos fueron masacrados) en referente histórico.

Me comentaba una de mis antiguas profesoras para la oposición del cuerpo diplomático como las nuevas generaciones "pinchan" en temas históricos recordando un tanto escandalizada cómo una alumna había suspendido porque durante la entrevista le habían preguntado qué sabía de la batalla de Lepanto y resultó que la señora en cuestión no supo decir nada. Su disculpa fue que en su comunidad autónoma nunca estudiaron "aquello" (aclaro que no es gallega) y que como el asunto no estaba en el temario… "que el vecino del cuarto – continuaba mi antigua profesora– no sepa de Lepanto, una de las tres batallas más importantes de la historia naval junto a Salamina y Trafalgar (Midway fue aeronaval) y en la que España tuvo un destacado protagonismo, pues vale, pero que no tenga ni idea alguien que se supone que tiene que representar a España es grave".

Creo que no es bueno mirar al pasado en términos de grandeur pero tampoco ignorarlo o sentirse acomplejado por ello. Sobre todo porque no hay que olvidar que la historia de España tiene más luces que sombras y el mapa del mundo hoy en día es el que es, para bien o para mal, gracias a nuestro país. Nuestros antepasados han escrito algunas de las páginas más espectaculares de la historia del planeta. Gonzalo Fernández de Córdoba, por ejemplo, recorrió el camino inverso al que hiciese el romano Escipión y sus conquistas en Italia hicieron que parte de ese país tuviese una historia común con España, mientras otros españoles realizaban gestas no menos asombrosas, algunas muy conocidas, como los que acompañaron a Colón en el descubrimiento de América, a Elcano en la primera vuelta al mundo o a Cortés en la conquista de México. Otras más olvidadas, como la defensa de Castelnuovo, en la actual Montenegro, en donde Francisco de Sarmiento y sus tres mil infantes, no se rindieron ante Barbarroja y sus 50.000 otomanos. Sarmiento y los suyos perdieron la vida pero en la batalla Barbarroja perdió la mitad de su ejército, por lo que pensaría como Pirro de Epiro tras la batalla de Heraclea "otra victoria como ésta y me vuelvo a casa solo" (de ahí el término "victoria pírrica"). O como la numantina defensa de Cartagena de Indias por parte de Blas de Lezo, quien derrotó a una armada inglesa mucho mayor que la invencible. En realidad, un puñado de valientes defendieron el continente americano desde la actual Estados Unidos a Tierra de Fuego, un puñado de valientes hicieron que al Océano Pacífico se le llamase "el lago español", un puñado de valientes frenaron la expansión turca en Europa e hicieron de árbitros en la compleja política internacional del continente.

Pero a pesar del desden de algunos de nuestros compatriotas hacia la historia de España hay esperanza. Algunos jóvenes autores españoles están escribiendo, en la actualidad, novela histórica a muy alto nivel, citaré sólo algunos ejemplos, consciente de dejarme a muchos en el tintero. León Arsenal, Sánchez Adalid, Alfonso Mateo Sagasta o el propio Arturo Pérez Reverte y mi último descubrimiento, Santiago Posteguillo, cuya ambiciosa trilogía sobre Escipión el Africano y la segunda guerra púnica es de lo mejor que he leído en novela histórica en mucho tiempo. Así que, efectivamente, aún hay esperanza.