María Xosé, corazón

Como uno la quiere porque tiene con ella una memoria común imborrable aunque no la vea tiempo ha, cuento con placer que a nuestra María Xosé Porteiro, que actualmente dirige el Museo del Ferrocarril en Madrid, le entregó el pasado 25 de marzo José Bono la Encomienda del Mérito Civil en un acto en el Salón de los Pasos Perdidos del Congreso de los Diputados. Este reconocimiento fue creado para premiar las virtudes cívicas de los funcionarios al servicio del Estado, y bien merecido lo tiene pero a muchos como yo, nada afectos a rollos oficiales, les importa mucho más el reconocimiento que como persona afable, lúcida, amorosa, optimista y luchadora le tenemos. ¡María Xosé, cariño, no tengo espacio para tanta memoria! Unos la conocimos hace muchas lunas en el teatro vigués (¡Oh, dioses, los tiempos de Esperpento, Teatro Joven), otros como periodista, como escritora (yo le presenté “Covardes” ante un lleno en El Corte Inglés), feminista, concejala, diputada, ejecutiva del PSOE, delegada de la Xunta en Buenos Aires o ahora como directora de ese museo. María Xosé vive entre Madrid y nuestro corazón, deudor de nuestra memoria. Creo que hace uno o dos meses estuve con el marido de su hija Llerena Perozo, el músico cubano Franky Valencia, en una fiesta aniversario de Casa Sánchez, el viejo restaurante vigués. ¡Qué bien baila tu yerno la danza del vientre, Porteiriño!

Lo propio, con otros ojos

A lo mejor es cierto, como dicen los del nuevo programa de la TVE “Destino España”, que no hay mejor forma para redescubrir España que hacerlo a través de unos ojos que no nacieron aquí, que llegaron con la ilusión de encontrar algo nuevo y que han hallado un motivo por el que han decidido quedarse. Desde luego, el que vimos el martes noche dedicado a Galicia fue eso que dice Iñaki del Moral, su director: un viaje alegre y desenfadado por un territorio conocido, pero con una nueva mirada. La del cura de Mazaricos (cerca de Muros), el negrazo Desire Kouakou Tanoh (Costa de Marfil, 1972), es aire fresco, vital para una iglesia gallega que se hace vieja. Ana, una croata que yo conocí como autora de un método de gimnasia, fue la que nos enseñó Vigo, paseando sobre todo por el barrio viejo. Y con los ojos del holandés Rainer Schitter, que trabaja en el Parador de Pontevedra, hicimos una visita a esta ciudad y a Ons. Como me decía ayer citando una canción de Tom Waits el vigues José Ramón Álvarez-Cervela, que dirige en Colonia un Barceló de 300 habitaciones, “nunca ví la ciudad donde nací hasta que estuve fuera demasiado tiempo”.

Nuevos y viejos negocios

Podrá parecer a algún lector una bagatela escribir sobre una persona que abre un pequeño negocio en Vigo pero para el que lo hace, sobre todo si comienza, es todo un mundo. Ese es el caso de Nuria Montero, que algunos conocieron sirviendo copas (guapa que es) en el pub Gaultier, o como peluquera o como fan de Manolo García pero que ahora abrió ilusionada su peluquería, con su nombre, en Carral, 25. Es la generación joven que apuesta por el barrio viejo. Y pronto hablaré, en esa misma calle, de la barbería más antigua.