Decidido a que los gallegos seamos jóvenes y –a ser posible– guapos, el presidente Feijóo propuso ayer un Pacto por el Rejuvenecimiento de Galicia con el que el Gobierno autónomo pretende aumentar la baja cifra de mamoncetes por pareja que actualmente se facturan en este reino.

No se trata de criar gallegos como si fuesen truchas de piscifactoría, desde luego; sino más bien de estimular el ímpetu reproductivo del vecindario antes de que la vieja tribu de Breogán se convierta definitivamente en un país para viejos. Consciente de que la hemorragia de población es una de las más graves amenazas que penden sobre el futuro de Galicia, Feijóo apela ahora a un "trabajo conjunto" de todos los partidos –y hay que suponer que también de todas las parejas– para paliar la crisis de natalidad.

La idea no es nueva, aunque sigue estando de candente actualidad. El primero en avanzarla fue el entonces monarca Don Manuel I, que allá a principios de los años noventa fijó como prioridades de su reinado la repoblación forestal y humana del país.

Se proponía Fraga remediar a un tiempo la desertificación de los bosques y la de las gentes de este reino, sometido a una pertinaz merma de población por el escaso interés de las ciudadanas –y ciudadanos– en alumbrar una cosecha de rapaces suficiente para cubrir las bajas por defunción en el censo.

Los resultados de tan ciclópeo empeño fueron desiguales. Los árboles se multiplicaron en número bastante como para que la reforestación de los montes pudiera ser considerada un éxito; pero en lo que afecta a la natalidad, las cosas siguen más o menos como estaban veinte años atrás. Por agradables que sean los trámites previos a la facturación de un bebé, se conoce que la gente no acaba de animarse.

Las estadísticas, que no mienten más que lo imprescindible, proclaman en efecto que Galicia es desde hace muchos ejercicios el reino autónomo con mayor pérdida vegetativa anual de población. El último registro –que no es el peor de todos– establece que el número de cadáveres excedió en 6.387 al de recién nacidos, dato del que fácilmente se infiere que las sepulturas ganan por goleada a las cunas en este reino de los tanatorios.

De ahí que la medida propuesta ayer por el presidente gallego resulte de especial pertinencia al caso. El Pacto de Rejuvenecimiento, que evoca curiosamente el famoso jarabe Gerovital de la doctora Aslan, debiera contar además con el apoyo de los partidos de la oposición. Socialdemócratas y nacionalistas se sumaron ya en su momento a la cruzada pro-natalicia de Fraga, hasta el punto de que el partido comandado entonces por Emilio Pérez Touriño no dudó en lanzar su propio Plan de Revitalización de la Natalidad como alternativa al del monarca.

Llámese Rejuvenecimiento o Revitalización, está claro que todas las fuerzas políticas –de la izquierda, la derecha y el nacionalismo– coinciden a estas alturas en la necesidad de urdir algún plan capaz de hacer fecunda a la yerma Galicia de ahora mismo. Ya que no en otra cosa, es probable que al menos coincidan en el común deseo de poner a parir a las gallegas (con el imprescindible auxilio de los gallegos, claro está).

Se ignora de momento, eso sí, cuáles puedan ser las disposiciones con las que se incentive tan benemérito propósito en una Galicia donde las mujeres trabajan más que la media peninsular y acaso precisen de cuantiosas ayudas para compaginar su empleo con la crianza de los hijos que el país y el Gobierno les exigen. Sólo medidas de dimensión sueca o noruega podrían frenar en apariencia la despoblación, pero no es seguro –y menos aún en tiempos de crisis– que la Xunta disponga de fondos suficientes para afrontar tan dispendiosa empresa. Mucho es de temer, por tanto, que el lifting con el que Feijóo quiere rejuvenecer el envejecido padrón de este país vaya para largo. Y es que las cunas cuestan una pasta.

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