La tarde del ciclón, en el centro de España los estorninos moteaban en el aire una imagen caótica y deconstruida, sin rastro de formación. Era la prueba de que andaba cerca, aunque apenas se manifestase. Mientras, en el claustro helicoidal de Caixaforum, Barceló custodiaba las piezas básicas de la realidad, por si el viento se la llevaba y había que reconstruirlo todo. La obra de Barceló ha acabado siendo un atlas del mundo, con lo suficiente para volver a hacerlo. Hay un designio de unificar en una sola materia cuanto existe, del fondo de los mares a la cúpula celeste, de las arenas del desierto a la sustancia biológica, incluyendo al hombre y sus aparejos (artes, libros, cocina, etcétera). Pero la unidad de la materia sólo aflora si esta se eleva a una belleza sobrehumana. Al salir del orden superior de Barceló, la gente, en la calle ventosa, parecía tan dispersa como los estorninos.