Mayoral durante muchos años del presidente andaluz Manuel Chaves, el secretario de Estado de Cooperación Gaspar Zarrías que ahora mismo negocia con la Xunta sobre la Ley de Cajas de Galicia es, sobre todo, un prestidigitador. Su hábil juego de manos le permitió votar por dos o tres compañeros ausentes cuando ejercía de senador, allá por el año 1991; si bien su destreza quedó eclipsada por la de un compañero de escaño y de partido que usó los pies para el mismo propósito.

Tal pericia con los dedos, sólo al alcance de los grandes jugadores de póker, acredita particularmente a Zarrías para enfrentarse a sus oponentes del Gobierno gallego en una mesa donde por fuerza habrán de abundar las astucias, los pases de manos, las cartas bajo la manga y acaso también los faroles.

El representante del Gobierno no ha decepcionado a quienes daban por hecha su maestría en estos asuntos. Desde que comenzaron las negociaciones, ahora empantanadas, Zarrías viene demostrando un arte insuperable para desconcertar al adversario. Lo mismo desconvoca una reunión horas antes de que se celebre que aprueba unos puntos ya aprobados, aplaza otros, aparca los encuentros sine die y en general marea la perdiz. El caso es dilatar el asunto hasta que sus interlocutores se cansen o bien transcurran los plazos que harían prácticamente imposible arreglar el enredo de la Ley de Cajas y, en consecuencia, la fusión de las dos entidades gallegas que pretende -sin disimulos- la Xunta. Por una vez, el andaluz ejerce de gallego; y el gallego, de franco castellano antiguo.

Si desde el punto de vista táctico se entienden las dilaciones del Gobierno, ya no están tan claras -ni mucho menos- cuáles pueden ser su estrategia y los fines que se propone alcanzar por esta vía. Hasta ahora, la hipótesis más difundida era la que atribuía al partido conservador en la oposición el deseo de formar una gran entidad interterritorial con las tres cajas de los principales reinos autónomos en los que gobierna, a saber: la de Madrid, la de Valencia y Caixa Galicia. Fuese cierta o no, tal suposición parecía al menos verosímil.

Se ignora, sin embargo, en qué pudiera beneficiar eso al Gobierno socialdemócrata para que ahora pretenda exactamente lo mismo, abogando a la vez por una alternativa y su contraria. De hecho, en los reinos autónomos donde su partido lleva la manija -tales que Andalucía o Cataluña-, los socialdemócratas han optado más bien por la vía de la Xunta, es decir: por la unión de cajas de un mismo territorio y el abierto rechazo a las fusiones con las de otras comunidades.

En Andalucía, para ser más concretos, el entonces vicepresidente de la Junta Gaspar Zarrías proponía en mayo de 2009 una fusión “por la vía rápida” de las cinco cajas de ese territorio con el propósito de evitar absorciones externas y finalmente dar a luz una “gran caja andaluza” capaz de satisfacer las necesidades de la economía de esa comunidad. Parecía Feijoo, pero no. El mismo interlocutor que ahora trae por la calle de la amargura a los negociadores de la Xunta es el que entonces se mostraba convencido de que los andaluces podrían tener su caja única “siempre que podamos superar determinadas rencillas históricas”, en aparente alusión a la disputa por la sede de la nueva entidad que al parecer mantienen Sevilla y Málaga.

Puede que todo esto, aunque lejano en la distancia, les suene próximo a los gallegos que en estos momentos asisten perplejos a la larga telenovela en que se ha convertido el proceso de fusión -entre sí o con otras- de las cajas de Galicia. La experiencia de Zarrías enseña, en todo caso, que no es lo mismo hacer caja en tierras del sur que en la norteña tribu de Breogán, hasta el punto de que lo que es bueno allí resulta aquí intolerable y hasta inconstitucional. Será cosa del genético complejo de inferioridad que alguna diputada nos adjudica a los gallegos.

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