El hombre del saco no anda ya por las calles, acechando entre las sombras. También él se ha incorporado a las nuevas tecnologías y navega, chatea y twittea en el mundo virtual. Su camuflaje es muy distinto, pero sus intenciones permanecen intactas. La práctica consiste en simularse como adolescente, burlar los muros de las redes sociales y ganar la confianza de los chicos, más habitualmente de las chicas, que circulan por ellas. Pone su zarpa en Internet y con habilidad y paciencia acaba atrapando ocasionalmente algún pececillo. Consigue, mediante tramposos intercambios, fotos comprometedoras o informaciones delicadas y con esas armas se lanza al chantaje. La gran hazaña consiste en que la pieza acabe viniendo a él sumisa y humillada y destrozar su vida para siempre.

Es uno de los grandes peligros de la Red. Antes, los padres se inquietaban por lo que pudiera ocurrirles a sus hijos en las calles o en sus lugares de ocio, que con las generaciones se transforman y generan nuevos usos y modas que resultan extraños e inaccesibles para las anteriores. Hoy, el hombre del saco es un indeseado invitado que se cuela por el tubo virtual hasta la propia habitación del adolescente incauto e inadvertido. Tampoco hace falta que aparezca el hombre del saco cuando son los propios chicos y chicas quienes se enredan entre ellos confiándose documentos gráficos que no acaban a resguardo, sino que tarde o temprano empiezan a pasar de mano en mano a través de los teléfonos portátiles o los más diversos foros de Internet, donde el llamado material amateur tiene un valor extraordinario.

Es éste un campo tan abierto que no valen barreras. La ley sólo puede entrar a él ante el hecho consumado, un consuelo a destiempo. Lo más efectivo son las medidas preventivas: información y advertencias en los ámbitos escolar y familiar; educación, en fin. Pero los adolescentes –recurramos a nuestra propia memoria– son poco dúctiles a los aleccionamientos y prevenciones de sus mayores, a quienes suelen ver como insaciables censores de conducta o a los que consideran ajenos a las nuevas culturas.

Es a partir de ahí cuando se produce un nuevo fenómeno del que se habla poco por su naturaleza clandestina: muchos de los padres más avezados se convierten en hombres del saco, en estos casos con intención bondadosa. Acceden, también camuflados, a las redes por las que transitan sus hijos y se hacen pasar por "amigos". Esto, con la intención de seguir sus pasos, vigilar sus comportamientos, saber de qué van. Es la utopía del ángel de la guarda, del ser invisible que te sigue a todas partes para protegerte de las acechanzas del mundo. El hombre del saco vuelto del revés. Pero estas prácticas, que por sí mismas desvelan lo fácil que resulta portar máscara en la Red, con ser bienintencionadas provocan también un dilema ético. Es dudoso que los padres tengan derecho a irrumpir en los espacios de intimidad que los hijos quieren reservarse ante aquéllos. En fin, un círculo infernal.