Sin el menor respeto para las instituciones y quienes las encarnan, un pirata informático tomó ayer al abordaje la página web en la que España exhibe orgullosa su presidencia de turno de la Unión Europea. Por fortuna, el “hacker” no quiso robar los secretos de Estado que acaso guarde el mentado lugar de Internet y se limitó a sustituir la foto del presidente Zapatero por otra del actor Rowan Atkinson, creador del popular personaje de Mr. Bean que tanto recuerda -físicamente- al jefe del Gobierno español.

Con buen criterio, los fontaneros de La Moncloa calificaron el escamoteo de imágenes como una intrusión de carácter “leve”, dado el propósito meramente humorístico del bucanero que asaltó la nave cibernética española. El chiste ni siquiera es nuevo, en realidad. Ciertos canales de televisión italianos, por citar sólo un ejemplo, han utilizado en ocasiones la imagen de Mr. Bean para caricaturizar al presidente del Gobierno español. Se trata de una broma fácil basada en la semejanza física de Zapatero y ese popular personaje televisivo que tal vez tuviese más gracia si las teles de Italia se riesen con el mismo desenfado de Berlusconi, primer ministro y a la vez propietario de algunas de ellas.

Mal parece que por ahí afuera hagan burlas y mojigangas a propósito del parecido entre Zapatero y Mr. Bean; pero tal vez le estén prestando -sin pretenderlo- un favor a la imagen de la recién estrenada presidencia española de la UE. Mucho peor sería, sin duda, que los restantes europeos se tomasen a chacota la declaración institucional de Zapatero en la que el jefe del Gobierno anunció su propósito de salvar a Europa de la crisis en un plis plas o, lo que es lo mismo, en los seis meses de mando más bien simbólico que le corresponden a España durante este primer semestre del año.

No se trata tan sólo de que el poder de decisión de la presidencia española sea el mismo que hace cinco años le correspondió en su tanda al minúsculo Gran Ducado de Luxemburgo. Más chocante aún que eso resulta el hecho de que España ofrezca algunas de las peores estadísticas de la UE en materia de eficiencia económica: ya sea por su récord continental de parados, ya por su dependencia del ladrillo, ya por su galopante deuda pública. Si a todo ello se agrega el dato -más bien inquietante- de que Zapatero negase la existencia misma de la crisis hasta que el país entró directamente en recesión, no parece que el presidente español sea el líder más creíble para poner fin a las desdichas económicas de todo un continente en sólo seis meses.

Zapatero deberá compartir además su mandato de turno con el belga Herman Van Rompuy, primer presidente estable del Consejo Europeo. Tal duplicación de funciones podría resultar enojosa en otras circunstancias y con políticos de más marcado perfil que los dos implicados en la gobernación virtual de Europa; pero seguramente no va a ser este el caso. Bien al contrario.

Simpático, sonriente y siempre bienhumorado, el primer ministro español recuerda más bien al personaje de Ángel Siseñor que al de Mr. Bean con el que algún pirata gamberro trata de compararlo y así menoscabar su crédito en Internet. Si algo ha caracterizado a Zapatero desde los momentos inaugurales de su mandato hasta hoy mismo es en realidad un inagotable talento a la hora de complacer a todos sus interlocutores, para los que nunca tiene un “no” en la boca. Bien sea el Estatuto de Cataluña, bien la Alianza de Civilizaciones, bien la deuda histórica con los moriscos, el presidente exhibe un talante comprensivo que inevitablemente le lleva a aceptar cualquier propuesta, aunque no siempre pueda cumplir lo acordado. Pero eso poco ha de importarle a su colega Van Rompuy, el otro presidente con el que Zapatero deberá coprotagonizar el acontecimiento planetario que tiene a Europa en vilo. Aunque algunos maliciosos se lo tomen a broma.

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