Las cartillas que dan los periódicos para apuntarse a sus promociones poseen la tristeza pegajosa de las de racionamiento. La sola idea de rescatar un cupón diario y pegarlo disciplinadamente en la cartilla para obtener a bajo precio un juego de sartenes o una cubertería, encoge el alma. Quiere decirse que estas iniciativas compensan económicamente, pero no emocionalmente. Cuando ceno en casa de un amigo cuya vajilla procede de una promoción periodística, se me pone la carne de gallina. Por lujoso que sea el plato, me parece que tomo la comida de una escudilla. De súbito, la casa de mi amigo se convierte en campo de concentración.

–¿Qué te pasa?

–No, nada, qué cubertería tan original, por cierto.

–La conseguí en una promoción del Abc.

Lo bueno de las promociones es que seducen de forma trasversal a los votantes de todo el espectro político. Un periódico de izquierdas con una oferta adecuada puede ser comprando disciplinadamente por un lector de derechas, y viceversa. Frente a un buen juego de sartenes, no hay ideología que valga. Y eso está muy bien, sobre todo en un país, como el nuestro, donde se practica un periodismo de trincheras. El menaje de cocina, obtenido con este sistema de cartillas y cupones, ha hecho por la reconciliación nacional más que las campañas llevadas a cabo durante la transición. Si en un mismo hogar pueden convivir las soperas del Abc o La Vanguardia con los tenedores de El País o El Mundo, es porque aquí ya no hay dos Españas.

Pese a todo, a mí las promociones, como los fascículos, me dan cierta tristeza, ya digo, porque me remiten a épocas de menesterosidad, de agobios económicos, de indigencia. Como mi quiosquero lo sabe, jamás me ofrece una cartilla, pero me entrega los periódicos con los cupones recortados. Si no los quiero yo, pensará el hombre, que le aprovechen a otro. Y eso me molesta porque lo siento como una mutilación. Me gusta llegar a casa con el periódico entero, aunque no sé cómo decírselo sin parecer un egoísta o un excéntrico. Total, que en una de ésas me apunto yo también a las sartenes. Aunque luego me dé pena usarlas.