La Agrupación Deportiva Alcorcón, equipo suburbial madrileño que va clasificado en séptima posición en su grupo de la Segunda División B, le ha ganado 4-0 al Real Madrid en el primer partido de su eliminatoria de la Copa del Rey. Según se desprende de las crónicas de prensa y de los resúmenes filmados de la televisión, los modestos jugadores alcorconeros, o alcorcoleños, y no alcorconenses como impropiamente les llamaron en un telediario), le dieron un completo repaso a sus multimillonarios oponentes y la superioridad táctica, técnica, y física fue tan ostensible que no se pueden encontrar paliativos a tan estrepitosa derrota. La noticia es sensacional y los diarios madrileños le dan tratamiento de primera plana junto a las ya habituales detenciones de alcaldes, concejales y altos cargos políticos, por diversos latrocinios. Si la sensibilidad periodística fuese normal, y no desquiciada, el tratamiento del suceso debería traslucir una sana alegría por el hecho de que un equipo de barrio le haya podido ganar en buena lid a una escuadra en cuya construcción se han despilfarrado miles de millones, aparte de modificar en su exclusivo beneficio el plan de urbanismo de la capital del Estado convirtiendo zonas verdes en solares. Eso habría demostrado, de una forma práctica, que el negocio del fútbol profesional es una gigantesca ilusión óptica propiciada por el interés de avispados intermediarios, la megalomanía de muchos dirigentes y la propaganda asfixiante de los medios, que trasforman a jugadores normales y corrientes en héroes mitológicos en cosa de minutos. O dicho en otras palabras, la diferencia de calidad entre los jugadores de las divisiones inferiores y sus colegas de la primera división no es tanta como parece, salvo la circunstancia de un mayor sueldo, de una mayor dedicación y de una mejor preparación física, en favor de quien tiene todo el día para dedicarse a jugar a la pelota; y en contra, lógicamente, de quien debe compatibilizar esa afición con otro trabajo. Muy al contrario de hacer ese análisis, los medios han dejado traslucir una profunda decepción por lo ocurrido en el estadio alcorquense (también esta denominación es válida) y emplean expresiones tales como "vergüenza", "oprobio","descalabro", y "humillación intolerable". Algún lector de estas frivolidades mías, quizás recuerde que, cuando don Florentino Pérez volvió a la presidencia del Real Madrid y comenzó a gastarse una fortuna en fichar jugadores, pronostiqué que fracasaría en su proyecto de igualar los logros de la etapa de Bernabeú. No es un mérito exclusivo del que pueda presumir. Una bruja amiga mía, previa consulta del tarot de Marsella (el mismo que utilizaba don Álvaro Cunqueiro para hacer pronósticos sobre los equipos gallegos de fútbol) me había dicho que don Florentino está bajo el influjo a un aojamiento perjudicial. Y mientras no lo conjure no hay nada que hacer. La trágica noche alcorcoleña , por ejemplo, el equipo de la Agrupación Deportiva vistió de amarillo de arriba abajo, incluidas la camiseta, el pantalón, las medias y, en algún caso, hasta las botas. Y su entrenador llevaba calzoncillos amarillos. El amarillo es un color al que se le atribuyen influencias negativas y el antiguo seleccionador nacional, don Luis Aragonés, no lo podía ni ver. El amarillo siempre anula al blanco, y salvo en la bandera del Vaticano, que es un estado regido por hombres solteros y duchos en prácticas esotéricas, nunca pueden ir juntos porque se repelen. Además, la palabra Alcorcón es de origen árabe (Al–Quadr) y suena parecido a cuatro a cero en catalán. Tome nota, don Florentino.