Meses después de haber catalogado en su inventario a la generación "ni-ni" (que no estudia ni trabaja), los sociólogos acaban de identificar ahora a la formada por los treintañeros que, víctimas del llamado síndrome de Peter Pan, no serían jóvenes ni adultos sino todo lo contrario. A los cuarentones se les reserva la marca del "baby-boom" y a los que pasan de cincuenta, ya ni se sabe; pero algo se les ocurrirá a los analistas. El caso es que todo el mundo, cualquiera que sea su fecha de nacimiento, tiene un lugar en el cada vez más variado catálogo de las generaciones. Generalizando, claro está.

Por lo que se ve, los sociólogos disfrutan poniendo nombres y etiquetas a las personas según su edad, de parecido modo al que los entomólogos usan para clasificar a las mariposas. No obstante, las preferencias de estos estudiosos –por lo común, mayores- se centran lógicamente en las franjas más jóvenes de la sociedad. Ahí afinan hasta el extremo de encuadrar a los chavales entre dieciocho y treinta y cuatro años en la generación "ni-ni" y a los ya entrados en la treintena dentro de la "Peter Pan".

De acuerdo con esta curiosa tipificación, la más reciente quinta de españoles sería lo más parecido posible a una banda de nihilistas. Ni estudian, ni trabajan, ni –en consecuencia- habrán de ligar mucho, si se tiene en cuenta que la pregunta: "¿Estudias o trabajas?" venía siendo hasta ahora la más recurrente para entablar una relación. Pocas posibilidades tendría, en apariencia, quien respondiese: "Ni-ni", es decir: ni una cosa ni la otra.

Algo menos pasota, la generación inmediatamente superior que forman los treintañeros se caracterizaría a su vez por una cierta vuelta a la adolescencia derivada de las frustraciones económicas que les impone el presente. Pillados por la crisis y el desempleo, muchos de ellos se han visto en la obligación de regresar al hogar paterno, lugar en el que ya los avispados anunciantes advierten que donde caben dos, caben tres. De ahí que los sociólogos les hayan adjudicado la etiqueta de Peter Pan, aquel personaje de cuento que, al igual que Michael Jackson, se negaba a crecer.

El dibujo que los catalogadores de generaciones hacen de todos ellos es en general desolador. De creer a los expertos, estaríamos ante un grupo de jóvenes de pensamiento anciano cuya máxima aspiración es –en el mejor de los casos- comprar un piso, establecerse y disfrutar de la vida como buenos viejos burgueses. Y en el peor, no hacer absolutamente nada.

El riesgo de este tipo de generalizaciones es que a menudo incurren en la caricatura. Cuesta trabajo, desde luego, creer que todos los jóvenes o los adultos adopten idéntico comportamiento por el mero y accidental hecho de pertenecer a un mismo tramo de edad. Los sociólogos podrían aplicarse en este caso la sabia máxima de Chesterton, quien, preguntado por su opinión acerca de los franceses, respondió: "No sabría decirle. Comprenda que no los conozco a todos".

Por el contrario, los analistas sociales parecen conocer perfectamente a generaciones enteras: desde la más reciente del "ni-ni" a la de la Guerra Civil Española. Acostumbrados a trabajar con grandes números y multitudes, se diría que sus saberes son igualmente multitudinarios.

Cierto es que en España se ha fomentado un extremo culto a la propiedad –en particular, a la inmobiliaria- que convirtió a los ciudadanos de este país en adictos casi compulsivos a la compra de vivienda; pero esa es una circunstancia que afecta por igual a todas las generaciones. Resultaría del todo injusto cargar ahora las culpas sobre los jóvenes entrampados con la hipoteca, del mismo modo que carece de sentido alguno afirmar que todos (o siquiera muchos) de los veinteañeros tienen como único horizonte el "ni-ni" de no trabajar ni estudiar, ni nada de nada. Y es que todas las generalizaciones son absurdas. Incluso esta.

anxel@arrakis.es