Dudaba si hacerlo porque no acababa de ver clara la limpieza del Sistema, pero a última hora me puse la pinza en las narices, me armé de cinismo y acudí a votar. Después pasó el tiempo y las continuas malas noticias sobre la corrupción me han convertido sin remedio en un escéptico votante arrepentido. Desacreditados hace tiempo los políticos, no tardó en sufrir el mismo descrédito la Justicia, sin olvidar que en los Cuerpos de la Seguridad del Estado se descubren a menudo salpicaduras de una mierda que nunca pensamos que pudiese llegar a lugares en los que se suponía que incluso el retrete estaba tan limpio como sin duda lo estaba la cocina. Sabemos cada día de nuevos caso de corrupción. Los asuntos turbios se suceden a un ritmo tan vertiginoso, que los periódicos a duras penas pueden darle cabida en sus páginas, viéndose obligados los responsables de los diarios a seleccionar los casos de más envergadura y a soslayar aquellos otros que ahora parecen nimios pero que hace solo quince o veinte años habrían supuesto un gran escándalo y la correspondiente alarma social, de modo que les ocurre a los redactores jefes como a los convidados en esos opíparos banquetes en los que por exceso de platos los comensales no tienen más remedio que renunciar al postre, o como el cazador al que la sorprendente abundancia de piezas a cobrar solo le sirviese para cansarle el perro. Semejante abundancia de noticias sobre corrupción nos ha persuadido de que se trata de un problema generalizado y nos infunde la razonable sospecha de que si no se conocen más casos, no será porque no existan, sino porque en la higiene de la vida pública hemos llegado a un punto en el que la mierda parece ser más abundante que las escobas y la limpieza resulta entonces un trabajo ímprobo que, si no se le pone remedio a tanto asco, acabará siendo incluso un esfuerzo inútil, tan inútil como el de barrer los globos en medio del viento. Esa generalización de la podredumbre es la razón de que la gente crea que la descomposición del sistema es de tal calibre, que no se le podría poner remedio sin antes ampliar de manera espectacular la capacidad de las cárceles. Hay una evidente sensación generalizada de que la mierda que se descubre no es en realidad más que la superficial tapadera de un asqueroso montón de estiércol cuya profundidad tal vez sea ahora mismo inimaginable. Se rasque donde se rasque, sale mierda. Es como buscar arena raspando con la uña en una duna. Uno mira la costa, se fija en los veleros, en las gaviotas y en la espuma y se dice a sí mismo que eso es poéticamente el mar. Si lo que se mira son las páginas de los periódicos, ese mal olor que asoma en sus noticias es sin duda apenas el arabesco de la más obscena corrupción. Pero como en el caso del mar, sabemos que debajo de la mierda que flota, como debajo del agua, hay más, mucho más, y que hasta es probable que la verdadera envergadura del mar, como la de la corrupción, solo nos sea dado conocerla en el momento en el que las dragas saquen a flote la sólida mierda que le quita el sitio al agua mientras se arrastra pegada al fondo. ¿En qué momento sabremos que la mierda ha colapsado el sistema? Hombre, en esto supongo que ocurrirá como con las averías del retrete, que seguimos haciendo uso de él hasta que por culpa de los excesos el tapón de la cañería nos devuelve en nuestras narices las compresas, las colillas y las heces. Paree obvio que dar con el tapón es necesario si se quiere desatascar el retrete. ¿Sabemos ahora mismo donde está el tapón por el que se acumula la mierda de tanta corrupción? ¿En determinados políticos? ¿En algunos jueces? ¿En las tramas policiales? ¿En todos ellos al mismo tiempo? ¿Acaso más arriba? ¿Mucho más arriba, tal vez? ¿Llegará la mierda tan arriba que incluso tengamos que desinfectar la Constitución, la heráldica y los sellos de correos? ¿O dejaremos todo como está y seguiremos adelante como si nada hubiese ocurrido, confiando en salir a flote gracias a que el tiempo convierte la mierda en corcho? ...

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