Un ejército de más de 17.000 visones -sin señoras dentro- merodea estos días por tierras del norte de Galicia tras ser excarcelada la tropa de sus jaulas por miembros de algún frente de liberación animal que anda suelto por ahí. Naturalmente, ha cundido el pánico entre las restantes especies de fauna a las que el visón suele incluir en su menú.

En realidad, el asunto ya casi ni es noticia. La suelta de visones se ha convertido en una fiesta de periodicidad más o menos anual que los animalistas organizan para demostrar su indesmayable amor a esta especie de tanto abrigo. Felizmente, no les ha dado aún por hacer lo mismo con las vacas o los cientos de miles de pollos que se crían cautivos en este carnívoro reino. Extraña también que no hayan tomado partido por las cabras, siquiera sea por razones de proximidad y afecto; pero ya se sabe que los designios de la zoofilia resultan a menudo inescrutables.

Los visones son, junto a avestruces y quién sabe si también canguros, una de las muchas especies exóticas que se crían en esta cada vez más sorprendente Galicia. No se les ve mucho por ahí, desde luego, salvo si acaso en los escaparates y reducidos al mero pellejo que sirve para confeccionar carísimos abrigos de señora. Tal vez por eso tengamos una idea algo equivocada de estos bichos.

Dicen quienes los han tocado que su piel es suave y tibia como la de Scherezade; pero vivos y en directo, estos animalitos de hábitos nocturnos y un tanto alevosos son unos temibles émulos de Obelix capaces de comerse cuanto bicho viviente se ponga al alcance de sus fauces en muchos kilómetros a la redonda. No es de extrañar, por tanto, el pavor que esos 16.000 visones sueltos han desatado entre los propietarios de cabras, conejos, gallinas y cualquier otro representante de la fauna doméstica con intereses en la zona afectada. Por no hablar ya, claro está, de la restante fauna salvaje del país a la que esta multitudinaria amnistía concedida a los visones por el frente de liberación animal pone también en grave peligro.

Quiere decirse que, paradójicamente, la acción solidaria y acaso antiimperialista de los amigos de los animales podría desestabilizar el buen orden ecológico de toda una comarca. Pero tampoco es cosa de pedirles coherencia a quienes se guían por el elevado sentimiento del amor (al visón, en este caso).

Cierto es que el grado de civismo y sensibilidad de un país puede medirse, entre otros parámetros, por el trato que la gente dispensa a los animales: una asignatura que España suspendería con toda probabilidad. Este es país ominosamente famoso por su costumbre de alancear toros y despeñar cabras desde los campanarios, pero aun así no parece que la suelta masiva de visones organizada casi cada año en Galicia sea una contrapartida adecuada a tanta barbarie. Más que nada, porque la “liberación” de unos bichos tiene como consecuencia -seguramente indeseable- la muerte de muchos otros.

Verdaderamente hay amores que matan. Una cosa es profesar sano afecto a los animales y otra bien distinta llevar ese cariño al extremo de mimetizarse con ellos haciendo animaladas como la que ha permitido que estos días campen a su aire miles de voraces visones en busca de pitanza.

Pueblo de hábitos casi franciscanos, no es probable que Galicia necesite de este tipo de enseñanzas. Todavía no le llamamos hermano al lobo como aconsejaba el fraile de Asís, pero tampoco resulta menos cierto que las más copiosas manadas de la Península viven en este pequeño reino, acogidas además a un plan especial de protección dispuesto por la Xunta. No hará falta recordar, por otra parte, que en este país se trata cariñosamente a las vacas por su nombre y apenas hay tradición de maltrato a los toros. Lo que no se entiende es la perra que han cogido algunos con la suelta anual de los visones. Raros que somos a veces.

anxel@arrakis.es