En un mundo tan maniqueo como es el nuestro, encontrar el mal absoluto, un Mal con mayúsculas aceptado por todos, resulta harto difícil. El ejemplo del asunto Gürtel es un ejemplo excelente de la relativización de los males. Lo que para unos es muestra indudable de la corruptela y el afán por vaciar las arcas públicas, con unas pinceladas de horror hortera como decoración de fondo, se ve por otros como una persecución asfixiante en la que policía, fiscales y jueces conspiran a favor de los intereses del Gobierno. Que una de las dos versiones contradiga el sentido común y dé vergüenza ajena es un detalle que no viene al caso: cuando lleguen las elecciones se verá cómo la visión sesgada impone cualquier disparate y, al decir de algunos notorios políticos –desde Berlusconi a los que quieren un huevo al Bigotes–, anula de antemano cualquier decisión judicial.

En ese mundo de ceguera ideológica, digo, el Mal sin discusión resulta un mirlo blanco. Reeditar, pues, las memorias de Rudolf Höss, comandante que fue del campo de extermino de Auschwitz durante la dictadura nazi, supone una oportunidad espléndida de poder ir todos de la mano sin daños colaterales. Bueno; todos, no. Los hay que niegan incluso que Höss dirigiese el asesinato de cerca de dos millones y medio de judíos, como si dividiendo esa cifra por cinco, pongamos, cambiase algo. Pero si el Mal con mayúsculas existe y disponemos de una muestra al respecto, ¿tiene sentido concederle la reedición de su diario íntimo, sacar a la luz de nuevo las páginas en las que detalla sus vivencias y emociones al llevar a mujeres, hombres, ancianos y niños al cadalso?

Las memorias de Höss salen con un prólogo en el que se detalla la maldad de los nazis en general y del comandante de Auschwitz como mejor ejemplo. Pero el recurso cambia poco las cosas: recuerda a los trabajos de algunos padres de la Iglesia estudiando con esmero las tesis de los herejes con el fin de combatir sus enseñanzas perniciosas. Si no se prestara tanta atención al Mal, ni existiría casi. Sin embargo el olvido, con ser misericordioso, también conlleva sus riesgo. Es mejor no olvidar jamás lo que supuso la barbarie nazi, tener presente que, en época contemporánea, hubo un partido, un visionario y millones de secuaces dispuestos a asesinar a comunistas, judíos y gitanos en nombre de la raza aria. No sólo como vacuna necesaria para evitar que la tragedia vuelva a presentarse algún día sino como muestra necesaria de ese Mal con mayúsculas que no admite discusión.

Por ahí se empieza. Dejando claro que el relativismo tiene sus límites para poder poner en solfa luego los intentos de relativizar lo que a todas luces es un crimen, una estafa o una tomadura de pelo, dicho a través de una escala que jerarquiza los males. Tal vez por esa vía ni siquiera las necesidades electorales puedan imponer la comunión con ruedas de molino para evitar que ganen los otros. Quizá así aprendamos incluso que, entre todos los sofocos, el de pasar por idiota y tener que aceptarlo es uno de los peores que hay.