Lo que no se hace de joven, se hace de viejo o, al menos, a eso se achaca la rijosidad del anciano. Está bien que el PP también pida alguna responsabilidad interna en Valencia porque está un poco mayor para correr delante de los grises, que es en lo que se perseveraba. No hablamos de gente a la que el regalo de unos trajes hizo que trascendiera su talla moral, sino de que hasta los más cercanos a Mariano Rajoy provocaron a los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado con gritos desafiantes mientras permanecían alerta por si había que echar la carrera.

Aunque el PP ya había amagado esa actitud desde el mismo ministerio del Interior, cuando gobernaba, tan partidario de las empresas de seguridad y de ampliar sus servicios a la escolta de cargos con cargo al Estado, cuando dejó el gobierno se pasó al lado de los que desconfían de la política con resabios de viejo anarquista, de cuando los viejos anarquistas eran anarquistas y jóvenes.

Olvidemos lo mal que superaron el interesado error de atribución de autoría del 11-M pero ahora, alrededor de la cuenta naranja del Bigotes, del Orange Market de Valencia, les faltaba nada para pedir la disolución de los cuerpos represivos.

En el argumentario, que es rueda de molino de comunión diaria donde encuentran qué memorizar los tertulianos de la mañana y de la noche, han escrito que todo es "un montaje ilegal de la policía", que no sorprendería oírlo a Los golfos apandadores o a su abogado pero extraña de quien viene.

Pedir que investiguen también la financiación de otros partidos en la misma comunidad puede ser correcto pero recuerda mucho a los multados por la guardia civil de tráfico (¡disolución!, a Aznar nadie le tiene que decir con cuánto vino puede conducir) por exceder los límites de velocidad que se quejan de que sigan corriendo impunes todos los que les adelantaron.