Un sujeto que se hacía llamar Don Vito y otro apodado El Bigotes están a punto de arruinar las felices expectativas que las últimas encuestas auguraban al partido conservador. No se trata de un remake de “El Padrino” ni el tal Vito tiene la planta de Marlon Brando, pero lo cierto es que el sumario del llamado caso Gürtel recuerda más de lo que sería prudente a la cinematográfica familia Corleone y a su peculiar forma de concebir los negocios. Una semejanza que bien podría resultar demoledora en las urnas para el bando presidido por Rajoy.

De la investigación policial que da origen a la instrucción del caso parece desprenderse, en efecto, que esta curiosa pareja se dedicaba a obsequiar con dinero y regalos en especie a no pocos cargos -altos, bajos y medianos- del partido que actualmente desempeña la oposición al Gobierno. Ya fuese en efectivo, ya en coches de mucha cilindrada, ya con cualquier otro detalle, Don Vito y El Bigotes no paraban de mimar a algunos de los gerifaltes del clan conservador. Puede que lo hiciesen por simple cariño, pero no hay que excluir la hipótesis de que su generosidad fuese tan interesada como la de Vito Corleone. Aquel Padrino que jamás hacía un favor sin recordarle al beneficiado que tal vez algún día tendría que devolvérselo.

Sorprende ver cómo un respetable grupo de caballeros de derechas (es decir: de orden) entra en tratos con gentes aficionadas a usar apodos suburbiales, cuando no directamente mafiosos, como el de Don Vito o El Bigotes. Justo o no, el estereotipo de las personas que militan en el conservadurismo sugiere que han recibido una esmerada educación en colegios de elite, dato que en apariencia debiera alejarlos de la familiaridad con sujetos más conocidos por su alias que por su nombre. Pero ya se ve que el negociado -y el negocio- de la política obra prodigios sin distinción de ideología.

También extrañó en su momento que la izquierda sucumbiese a la corrupción tiempo después de llegar al gobierno bajo el lema: “Cien años de honradez”. Muchos de sus hinchas se sintieron defraudados por la lluvia de escándalos que afectaron al Banco de España, a la Guardia Civil, al Ministerio del Interior, a la financiación del partido gobernante y hasta a la Cruz Roja; pero aun así no era lo mismo. Ingenuamente o no, algunos pensaron entonces que los progresistas tenían el mismo derecho que los conservadores a hacerse ricos por la vía rápida tras casi medio siglo sin catar el poder en este país.

Por la misma razón se pensaba que los gobernantes conservadores habrían de ser, por fuerza, más difíciles de corromper que los progresistas. Igualmente ingenuos, los defensores de esta hipótesis venían sosteniendo que, al ser -por lo general- ricos de familia, los políticos de derechas debieran estar inmunizados contra la tentación de meter mano en la caja o dejarse sobornar. Y menos aún de entrar en tratos con personas de distinta clase social y sospechoso pelaje.

La familia, entendida en su sentido más amplio, es la clave que acaso explique estos asombrosos comportamientos en los que acaban por coincidir -presuntamente, claro está- la izquierda y la derecha. Nadie ignora que la institución más apreciada por la Cosa Nostra es precisamente la familia: núcleo y célula básica de todas las organizaciones mafiosas, desde Sicilia a Nápoles. Pero no es la única en hacerlo. También los partidos conservadores defienden a la familia como base de la sociedad e incluso los socialdemócratas -aparentemente menos entusiastas- no dejan de contribuir a su propagación extendiendo el concepto y el derecho de formarla a los gays.

Dadas esas circunstancias, a nadie debiera extrañar que en los partidos proliferen las “familias” o que un Don Vito de nuevo cuño sea el protagonista de la última película de -presunta- corrupción rodada en los platós de la política española. Tiene bigotes la cosa.

anxel@arrakis.es