Despiden a Juan Antonio Roca de su empleo en el Ayuntamiento de Marbella por sus reiteradas e injustificadas faltas de asistencia al trabajo. Encartado en la "Operación Malaya", el señor Roca permanece en prisión a su pesar, y uno está seguro de que su deseo sería reincorporarse cuanto antes a un empleo que le resultaba cómodo y rentable y que, como es natural, no abandonó por su gusto, sino por la escasa sensibilidad laboral del juez que le envió a prisión, donde le resulta difícil atender las obligaciones municipales que en su día tantos dividendos y popularidad le produjeron. A Capone le ocurrió la mismo en los años treinta, pero una sabia decisión judicial le libró a tiempo de que disfrutase del sol en Florida, echado en una tumbona mientras se lamentaba de que un juez de Chicago cometiese años atrás el error de privarle de las actividades con las que tanto ayudaba a mantener el nivel de vida de policías, magistrados y políticos, que prosperaban gracias a su habilidad moral para convertir los sobornos en salario. A Juan Antonio Roca no saben apreciarle su vocación de servicio, ni la facilidad con la que movían sus manos el dinero, con una elasticidad de crupier que no se recordaba en Marbella desde los tiempos en que Jaime de Mora transformaba como si tal cosa los pufos en estilo. A los juzgadores de Roca les ha faltado sensibilidad para comprender que la corrupción genera más actividad económica que la decencia y para darse cuenta de que ejemplos como el precedente de Mario Conde sólo fueron en realidad útiles para demostrar que cuando se interfiere en los asuntos turbios la Ley no sirve para otra cosa que para convertir la decencia en mala televisión. Al heroico banquero la cárcel lo destruyó como mito financiero y nos lo devolvió desmejorado por la decencia forzosa del presidio, reconvertido en un apático hombre decente; es decir, en un tipo sin gancho, con el aspecto demacrado de un novillero venido a menos, descamisado como un vendimiador, moralmente destruido por los implacables efectos dermoestéticos de la redención, desposeído del carisma que en algunos hombres produce la mala reputación. Hay ocasiones en las que entrar en prisión produce en el prestigio de un hombre menos estragos que salir de ella, probablemente porque uno se acostumbra al arropamiento de la rutina penitenciaria y se siente desamparado si recobra la libertad. Para los tipos como Roca hay un momento en el que la cárcel deja de ser un castigo para convertirse en un compromiso, casi en un sacramento. Ese podría se el motivo de que el ex asesor urbanístico de Marbella prefiriese el rigor de la celda antes que volver a su despacho municipal. Mario Conde es un claro ejemplo de que recuperar la libertad es a veces peor que perderla, sobre todo, si, como en su caso y el de Juan Antonio Roca, acaba uno por entender que el afán de servicio a la sociedad no se mide por lo que puedes ayudar a los demás, sino por lo que puedes dejar de perjudicarles. Roca estaría más libre en la calle, pero no creo que estuviese más seguro, ni más feliz. Esa podría ser la razón del absentismo laboral que acaba de costarle el despido en el Ayuntamiento de Marbella. Se supone que Roca es un hombre muy cumplido, de modo que habrá sopesado sus opciones antes de aferrarse a los barrotes de su celda en detrimento de las agarraderas de su despacho oficial. Seguramente tiene claro que para alguien de su catadura que lo despidan del ayuntamiento por faltar al trabajo no sería en absoluto más grave que si lo despidiesen de la cárcel por reiteradas ausencias en el recuento antes de la cena. Cabe pensar que Roca quiera cumplir su pena sin inmutarse, heroico frente a los demoledores efectos del rancho penitenciario. Sabe, como Mario Conde, que en este país nada destruye tanto la reputación de un hombre como que le echen de la cárcel por culpa de haber salido a trabajar. En prisión puede despreocuparse el señor Roca de donde diablos mete la mano; habida cuenta de como se las gastan sus colegas de presidio, será sufriente con que sepa donde sienta el trasero. En cuanto a su empleo en el ayuntamiento no tiene por qué preocuparse. Bien sabe él que en este país es bastante frecuente que a la gerencia de urbanismo y a la cárcel se entre por la misma puerta. Como también sabrá que en la cárcel nadie corre el riesgo de que le echen por culpa de una inesperada e injusta regulación de empleo.