En la cultura democrática española, la historia que merece la pena comienza en los años 60, cuando empiezan a abrirse las esclusas que retenían las aguas cenagosas de la postguerra. El Festival Euroye-ye de Gijón tiene desde hace ya muchos años el acierto de atreverse con la versión española de los años 60, en la que los incipientes aires de libertad se entreveraban como podían en la pesada atmósfera de la dictadura. La generación de quienes a mediados de los 60 rondaban los 20, a la que pertenezco, aprendió a nadar en la vida en los 50, que son los grandes olvidados de cualquier evocación. Las memorables crónicas infantiles de ese tiempo anterior, debidas a un notorio notario, salvan restos del naufragio. En los 60 nos sentimos bien porque en los 50 nos habíamos sentido mal, pero en estos había un aire promisorio irrepetible, y lo que un día fue promisorio aloja luego la mejor melancolía.