En el mercado donde habitualmente compro lo que como, se habla, como es natural, de la gripe del cerdo, de sus efectos, causas, y peligros. Los consumidores (horrible palabra que reduce la condición del ser humano a la de omnivoro compulsivo) estamos acostumbrados a estas alarmas periódicas porque antes ya padecimos la enfermedad de las vacas locas, la gripe del pollo y la del conejo. Que ahora se sume a la lista la del cerdo, nos parece de lo más natural, a la espera de que la acuicultura intensiva favorezca también la gripe de la merluza, de la lubina, del rodaballo y hasta de las sardinas en lata, si es que la sobreexplotación pesquera no acaba con ellas sin darles tiempo a enfermar.

En la carnicería de mis preferencias (me resisto a hablar de “mi” carnicera, de “mi” pescadera, o de “mi” huevera, porque me parece un tanto ofensiva esa apropiación semántica de un honorable oficio ajeno) ya están curtidos en esta problemática, no le dan demasiada importancia, e intentan tranquilizar a los clientes temerosos. Sobre todo señoras mayores que, a estas horas, ya han oído los programas de radio de la mañana y visto las tertulias de la televisión. En los programas de radio y en la tertulias de televisión matinales se cultiva insensatamente el alarmismo y alguna gente viene con la cabeza alterada. Una señora cree haber oído que esta epidemia podría acabar con la vida de tanta gente como la llamada “gripe española” de 1918, que mató a 40 millones de personas en todo el mundo. Muchísimas más que la I Guerra Mundial, concluida ese mismo año, con 9 millones de muertos. Y otra, sacó la conclusión de que este virus pudo haber sido extendido por las bandas de narcotraficantes mexicanos que le disputan el control del poder al gobierno federal. La imaginación enfebrecida tiende al disparate.

Donde si parece haber coincidencia es que esta crisis sanitaria afectará gravemente a los viajes a Cancún y a la llamada Riviera Maya. Yo ignoraba que tantas personas viajasen como turistas a esa zona, pero por lo que cuentan en la carnicería, no hay nadie en el mercado, excepto el que esto escribe, que no tenga un pariente o un conocido que no haya ido a ese lugar del Caribe o no estuviera a punto de ir. Posiblemente, la mayoría de ellos no conocen la Alhambra, el Palacio Real de Madrid, o el teatro romano de Mérida más que en postales, pero Punta Cana es un destino habitual. Cuando me toca el turno, le pido a la carnicera, unos solomillos de ternera y una oreja, un rabo, una pata y un morro de cerdo. Todo ello con animo de dar ejemplo de serenidad y combatir la psicosis. La titular del establecimiento, que es una mujer muy simpática y exuberante, me guiña un ojo con aire de complicidad. Luego me explica su punto de vista. “ Si como dicen los científicos, el hombre y el cerdo tienen un mapa genético muy parecido, y algunos órganos vitales del cerdo se pueden trasplantar a seres humanos sin que exista rechazo, ¿por qué se escandalizan de que virus del cerdo pasen al hombre y viceversa?.. Otra cosa es como criamos al cerdo para luego matarlo y comerlo. Ahí si creo que deberíamos darle mejor trato y más libertad. El cerdo es como un hermano nuestro.¿ No le parece?” . Le di la razón. No hay que discutir con quien nos alimenta