Hondamente preocupados por la marea del desempleo que está ahogando a millones de trabajadores españoles, los empresarios acaban de proponer el despido (casi) gratuito como bálsamo de Fierabrás capaz de crear nuevos puestos de trabajo. Cuanto más fácil y barato resulte despedir, más bajará el paro, o al menos eso sugiere la paradójica ecuación planteada ayer por los grandes empleadores del país.

La fórmula mágica ideada por la CEOE, sindicato de los patrones de España, consiste en una nueva modalidad de contrato “indefinido pero no fijo” de dos años de duración al cabo de los cuales se despediría al empleado con una indemnización -por así llamarla- equivalente al salario de ocho días. De momento no piden que sea el trabajador quien los indemnice a ellos por el favor de haberles proporcionado un empleo; pero tampoco hay por qué descartar esa o cualquier otra hipótesis semejante.

Habrá quien no entienda que un contrato “indefinido” -es decir, de ilimitada duración- pueda tener fecha de caducidad a dos años vista como el que proponen los empresarios. Pero es que siempre habrá gente incapaz de comprender que los conceptos, al igual que los empleos, pueden y deben ser flexibles. Eso explica que un contrato aparentemente temporal de dos años sea en realidad “indefinido” aunque no “fijo”, según la finísima distinción que hace el sindicato de la patronal.

Lo que cualquiera entiende, eso sí, es que la indemnización de ocho días de salario por año es el paso previo al despido gratuito. No se trata del despido libre, que ya existe en España desde que lo autorizó -curiosamente- un gobierno socialdemócrata, sino del derecho a poner en la calle a cualquier trabajador pagándole cuatro euros o a ser posible, ninguno.

Tampoco se trata de que los empresarios españoles hayan inventado la pólvora. Mucho antes que ellos, los patronos y gobernantes de otros países sostuvieron y aplicaron ya la idea de que dar facilidades para el despido es una eficaz manera de fomentar el empleo. A eso lo llaman los economistas en su peculiar jerga “flexibilización del mercado de trabajo”, pero a nadie se le oculta que despedir para crear empleo es algo así como luchar por la paz o fornicar para el control de la natalidad. Se conoce que la economía es una ciencia basada en la paradoja.

Sea como fuere, los defensores de esta estrategia laboral aseguran que la famosa “flexibilización” ha creado empleos en todos aquellos países que la adoptaron. Sus detractores retrucan que esos nuevos puestos de trabajo son de muy baja calidad, poco estables y mal retribuidos. Pero tal como está el patio de la crisis, esa ha de ser quizá la menor de las preocupaciones de quienes buscan desesperadamente una nómina.

Mucho es de temer, por tanto, que el Gobierno y sus sindicatos adjuntos tengan dificultades -aunque de entrada lo nieguen- para resistirse a los cantos de sirena que ayer mismo comenzó a emitir la patronal. Desalentados por el imparable avance de una crisis que amenaza con dejarlos también a ellos sin empleo, los gobernantes bien podrían caer en la tentación de renunciar a sus principios ideológicos en aras de la salvación del país y -de paso- la de sus sillones ministeriales. Y tampoco parece que los sindicalistas fuesen a poner grandes pegas al asunto, visto que no han movido una ceja durante este último año en el que perdieron su empleo más de un millón de trabajadores.

Ahora que el trabajo ya no es un castigo divino sino un lujo al alcance de cada vez menos gente, no ha de parecer extraño que los empresarios -únicos capaces de proporcionar ese escaso bien- se sientan con la fuerza suficiente como para imponer sus condiciones. Tal vez por eso ya formulen sin complejos la aparentemente contradictoria ecuación según la cual más despido equivale a más empleo. Habrá que ir despidiéndose de la idea de un trabajo fijo. Y gracias, el que lo tenga.

anxel@arrakis.es