De modo que, convertido el ascético lema de la austeridad en un eslogan de publicidad política, que hay que ver cómo cambian los tiempos, quizá debieran, sus autores y receptores, tomarse el asunto con más calma. Y es que a partir de la afirmación de que sin duda recortar gastos es bueno, sucede con eso lo que decía don Mendo del juego de las siete y media, que tan malo es no llegar como pasarse, y al final puede salir el tiro por la culata.

(Conste que la conseja, con perdón, debiera aplicársela antes que nadie la oposición, aparentemente decidida -aunque con matices: en eso andan más tercos los nacionalistas que el PSdeG- a discutir lo que aún no es medible -la gestión de la nueva Xunta- y por tanto resulta difícilmente opinable. Aparte de que se olvida otra cosa: la izquierda acaba de estar en el poder, se ha visto lo que hizo bueno y malo y por lo tanto hay algunos de sus mensajes que debiera revisar a fondo, sobre todo al hablar de ahorro y de mesura en el gasto).

Se dice cuanto antecede porque en el poco tiempo que lleva en sus puestos el nuevo gobierno, la euforia excesiva provocó al menos dos errores notables, si bien ninguno de ellos parece de mayor cuantía. El primero, la ausencia de algún representante en la cumbre compostelana de los mil empresarios; por muy en tránsito de llegada que estuviere la Xunta, e incluso con sus miembros a medio nombrar, alguien debió ir, siquiera para escuchar y tomar nota. El segundo, el anuncio de las subvenciones directas a la compra de vehículos, que alguien anunció, el conselleiro Guerra matizó después y a estas alturas nadie sabe quién las va a pagar.

No se trata de chafarle a nadie el pasodoble, ni de incordiar porque sí y menos aún de fastidiar: sólo de recordar que no se debe jugar con las cosas de comer, y cualquier referencia a ayudas económicas -sean para coches o para menesteres distintos- forman parte de ese capítulo. Y como la prudencia sigue siendo la madre de la ciencia, y de la supervivencia, pues eso: que “piano, piano, chi va lontano”. Y además no se agotan demasiados espíritus.

Con todo y con ese par de fallos -si es que se aceptan como tales; es porque algunos observadores no los definen así-, el señor Núñez Feijóo ha reforzado en menos de una semana la buena imagen que dio en la campaña. Sus rivales dicen que porque disimuló y eludió debates, pero es poco verosímil y, en cualquier caso, eso significaría que fue más listo que ellos. Y eso también cuenta.

¿O no...?