El premio Nobel francés Jacques Monod expresó mejor que nadie, en el título ya de su libro más conocido y sin necesidad siquiera de entrar en sus páginas, cuál es la clave de la evolución: Azar y necesidad. El azar genético genera mutaciones y recombinaciones para que luego las necesidades del medio ambiente intervengan sobre la multitud de distintos fenotipos aparecidos, generación tras generación, dejando sólo aquellas variables de un peso adaptativo alto. O las que les acompañan como invitadas en ese viaje. Igual que, en los discos de antes, la canción más vendida era siempre dos (la de la cara principal y la del envés), en los paquetes genéticos se cuelan algunos rasgos que más tarde pueden llegar a ser, gracias a este azar afortunado, elementos esenciales de un organismo. Es probable que apareciesen así las plumas de las alas de los pájaros, seleccionadas por sus virtudes aislantes y no para facilitar el vuelo. Puede que sea también el origen de nuestro lenguaje.

Pero ¿qué es el azar? En el contexto de la generación de variantes, es un proceso que no se puede ni describir, ni anticipar, ni mucho menos dirigir (en contra de lo que creen los seguidores de Lamarck). Pero no se trata de que tenga una causa mágica: la razón de los cambios azarosos está en la naturaleza. Por ejemplo, hace mucho que se sabe que las radiaciones provocan trastornos en el material genético de los organismos. Tales cambios son “azarosos” en el sentido de que su dirección no puede ser anticipada.

¿O tal vez sí? Un equipo de científicos de la universidad de Pensilvania, en Filadelfia, encabezado por Denis Smirnov ha indicado cómo las células humanas responden a las radiaciones. Lo hacen de forma individual: cada organismo reacciona de una manera diferente. Pero parece existir una lógica común a todas esas respuestas particulares.

Los dos tipos de elementos esenciales que intervienen en los comienzos de la expresión genética (es decir, de la síntesis de proteínas) son los “cis” -elementos promotores que ponen orden, por ejemplo, en la expresión coordinada de distintas partes del genoma-, y los “trans” -factores que se ligan a las secuencias “cis” para que comience de hecho la construcción de las proteínas. Los “trans” son algo así como los reguladores positivos de dicha fábrica. Pues bien, en un número elevado de los casos bajo análisis, Smirnov y sus colaboradores hallaron que la mayor parte de los cambios inducidos por las radiaciones se relacionaban con los reguladores “trans” y no con los “cis”.

Está por indicar en qué medida precisa ese descubrimiento afecta a la generación de variantes en los fenotipos. Pero es el primer paso hacia una posible predicción de la manera, hasta ahora tenida por azarosa, en que las radiaciones provocan enfermedades como son los tumores de los organismos. Aun así, el espíritu de Monod sigue incólume. A todos los efectos, el azar sigue siendo el rey en buena parte de nuestras miserias vitales.