En época de desolación, se dice, mejor no hacer mudanza. Nosotros no estamos desolados y por eso esta dominical columna que cumple casi doce años en contraportada, cuarto con vistas al exterior del periódico, cambia de piso dentro del mismo hogar para que tengáis nuevo paisaje. Se va esta sección a la última página del suplemento del domingo y deja aquí una arquitectura de voces que la han poblado, un remolino de pasados como los tesoros que guardan las diversas moradas de nuestras vidas, que algo así decía Bachelard o quizás fuera yo mismo. De eso, de moradas abandonadas y la reconstrucción de las huellas perdidas de quienes pasaron por ellas trata precisamente la última muestra inaugurada en el museo Marco de Vigo, dentro de un proyecto, “Puntos de Encuentro”, en el que los artistas trabajan sobre el concepto de ciudad contemporánea como espacio heterogéneo. Manuel Eirís es quien ha presentado “Desocultamientos”, una exposición que tiene una base en el museo y otra en un piso abandonado del barrio viejo vigués, en el que, rascando en sus paredes y mostrando los restos que dejaron sus inquilinos, intenta reconstruir el significado de quienes allí vivieron. Lo que Eirís no sabe, ¡oh, sorpresa!, es que ha elegido una morada que hace más de medio siglo creo que fue de los Echegaray, con piano y sala de armas, y que yo fui de sus ocupantes en los noventa.

Una casa es donde habita el recuerdo de pasos perdidos

. Dice Agar Ledo, la comisaria de esta muestra, que las viviendas, los espacios que fueron habitados, guardan la memoria del tiempo, concepto clave en la obra de Eirís, que acuchilla paredes para hallar sus capas sucesivas de ruina y de ausencia. O sea que la exposición lleva por título Rúa Palma, nº 9, 2º, que es precisamente el remite que uno ponía a las cartas cuando vivía en ella. Y, si caricaturizo algo, uno se siento espiado en su pasado cuando Eirís, trabajando como un arqueólogo urbano, trata de hacer volver, de regresar las huellas de una presencia anterior borrada. ¿Qué pasaría si hablaran los pisos que hemos habitado, esos cuerpos vivos donde residen memorias, parte de una vida eternamente presente en los recuerdos? La casa es la página donde se dibuja la topografía del tiempo, decía Ricardo Pozo, “hueco de voces, gritos que el tiempo se traga por las grietas de los desgastados gestos”.

Digo que si las moradas que abandonamos contaran las historias que dejamos entre sus paredes podría escribirse, a su dictado, una gran tragicomedia, una enciclopedia universal de los secretos. Si cantaran, muchos saldríamos corriendo. O no, o nos emocionaríamos con historias ya olvidadas. Uno, por ejemplo, llevó a Palma, 9, 2º, las ruinas de un amor que fue vital y allí, bajo lámparas como la de la foto, vio nacer de las cenizas de la desolación otro nuevo inolvidable de pulsos diferentes. ¡Esconden tanto amor y tanta guerra, tantos ADN inesperados los pisos que vivimos, tantos hombres o mujeres que se han quedado o a quienes no hemos permitido que se queden más que lo oportuno! En Palma 9, 2º hay, antes de mí, memoria de cosas que jamás podré contar, y de mi tiempo hay allí muchos recuerdos, como la de Vitín de las Heras o el brasileiro que escondimos sin papeles haciendo birimbaos para la calle. Tanta gente que por allí pasó, alguna por fortuna inconfesable, tantas risas antiguas, alguna lágrima. Mudamos, porque esa es la vida, como ahora desde esta última página hacia adentro.